Camila Charry Noriega
nació en Bogotá, Colombia. Es Profesional en Estudios Literarios y
trabaja como profesora de Literatura. Tiene publicados los libros de
poesía: Detrás de la bruma del 2012, editado por la Fundación Común
Presencia, Colección Los conjurados, El día de hoy del 2013 de Garcín
Editores y Otros ojos de El ángel editor del 2014. Sus poemas y reseñas
han aparecido en diversas revistas y magazines del país y el exterior,
siendo algunos de sus poemas traducidos al inglés y al francés. Hace
parte de importantes antologías de poesía y ha participado en festivales
y recitales de poesía en su país y fuera del mismo.
"Escribir es siempre una manera de resistencia contra el paso del tiempo, contra todo lo que existe y duele, contra el tedio y el desencanto. También es un acto solitario de búsqueda y de reencuentro con lo que uno es. Por eso mismo uno trata de dar valor nuevamente a lo que se piensa y siente, a las palabras tan agotadas y tan poco valoradas a veces; un estrellarse con todo lo que nos atraviesa e intentar liberarlo mientras se domestica, o eso cree uno. Por eso nunca es un camino tranquilo."
(Camila Charry Noriega)
Libros de Camila Charry Noriega
El Último Camino
Por Jorge Cadavid
En la poesía de Camila Charry Noriega, la imagen nos hace comprender de otra manera la realidad, la hace transparente y pura. Esto se logra no pensando a través de ideas sino de imágenes. Las transiciones, las márgenes, los intervalos de escritura, nos ofrecen una interpretación del silencio.
Desde esta perspectiva, las notas mudas de este primer libro encontrarán en el lector ideal el sonido más profundo que las exprese. Toda poesía auténtica ‘dice’ más de lo que ‘enuncia’ el poema. No hay poema ni escritura ni estado de gracia posible sin una colosal disposición a renunciar a todo lo aprendido y entregarse a contemplar por primera vez. Esa visión primera es la que nos ofrece Camila Charry en su extraño libro Detrás de la bruma. Desconocer lo conocido, la extrañeza, la espera y la llegada del poema son algunos de los temas principales de esta obra.
El poeta espera secreta, pacientemente, que la intemperie del mundo nuevo se revele en el milagro de una visitación, una epifanía. La intensidad de esta escritura y la constatación de su carácter instantáneo y transitorio llevan al poeta a verificar que el paraíso no es artificial sino real: aunque fugaz, como una frágil mano que atraviesa la llama, o un par de caballos detrás de la bruma. Basta leer estos poemas en voz alta para confirmar el impulso de una fuerza que avanza inexorablemente hasta ver el dorso nunca visto del objeto de siempre. Esa marcha oscilatoria de la voz se radicalizará con el paso de los años, hasta convertirse en procedimiento vital.
De ahí que el yo de esta poesía se encuentre en la frontera de una voz segura y robusta que canta sus verdades. Ese yo también se funda en sus interrogaciones; indaga el mundo a partir del reconocimiento de su debilidad y su ignorancia. El poeta cree en sí, pero no tanto.
Cuando cree, duda. Cuando duda, cree. El escritor catalán Joan Margarit expresa lo anteriormente dicho con algo de humor: “Escribir un mal poema que no se entienda es lo más fácil. Escribir un mal poema pero que se entienda es algo más difícil. Escribir un buen poema que no se entienda es muchísimo más difícil, y, en fin, escribir un buen poema que se entienda, eso es patrimonio de los clásicos”. No dudo que la poesía de Camila Charry, con su primer libro, Detrás de la bruma, ya intuye este último camino.
Algunos poemas presentes en el libro "Detrás de la bruma"
Lenguaje
En esta hondura que es mi cuerpo
laten el agua el miedo
el goce de mirar tus ojos
calmos
limpios
como cualquier palabra
muerta.
Olvido
Estarás lejos
cuando en las tardes el aguacero de siempre
esconda golondrinas y gusanos.
Sabrás al fin que olvidar es sólo
esquivar entre las calles
fantasmas
que la luz de los faroles imagina.
Destino
Leer el destino en las líneas de la mano
inútil intento vigilar el filo de los días
su persecución
su aullido de animal ansioso.
Desde la memoria los ojos
contemplan el derrumbe
más allá de las montañas
incendios circulares inundan la pupila.
Son extraños los tiempos de esta piel
que se esfuma entre la música y los astros
inútil la súplica que se arroja a quien nos nombra
carne y sueño;
mundo que en las líneas de la mano
se parece a un asterisco.
Así, perder el tiempo,
perderlo para siempre
bajo el sol y a plena tarde.
Origen
Será esta noche
duelo limpio de carne
los hombres vendrán desde el olvido
a remover abismos y difuntos.
Correrán más veloces las aguas
y el cielo arderá como una única estrella
expandida líquida y quieta.
Será más feliz alguien
y algún remordimiento
abrirá a la mañana grietas
por donde escurrirán flamantes soles.
Nosotros nos cansaremos de palabras
y de intentos
volveremos al silencio
y cruzaremos despacio hacia la noche vieja.
Secretos
Yo guardo secretos, madre,
que me matan
esta fugacidad
es una manera de nombrarlos:
tanto deseo de todo
y la nada ya tan dentro.
El día de Hoy
Por Camilo A. Vargas Pardo
“El día de hoy” nos ofrece una poesía íntima y profunda. Los versos de Camila Charry Noriega nos arrojan a la noche fatídica que es sinónimo de recuerdos y fantasmas, allí donde reina, sin embargo, la esperanza y se levanta la serenidad perdida en medio del vacío. Afortunadamente también hay palabras y con ellas el advenimiento de la imagen onírica, abundante y reluciente que parece una invitación inequívoca del ensueño, aunque es claro en estos versos que su poesía se sostiene en la vigilia. Voz que enuncia el silencio y anuncia la angustia entre rumores incorpóreos, presencias lejanas y ausencias tan penetrantes como la de los muertos, el tiempo y los amores perdidos. Todo ocurre desde el ahora y lo cotidiano; desde la voz que reconoce la espera que es estar vivos.
No es la noche de San Juan de la Cruz donde el alma encuentra al fin su camino a la redención. En estos versos la esfera espiritual es otra, una que comprende las dudas, los reclamos y los reproches que emergen del ser atravesado por el abandono. El padecimiento no es sólo fisiológico, es un hecho que allá, en el interior viscoso de nuestro cuerpo, sus entrañas, - vulnerable a espinas, astillas y rasguños-, se debate por la vida. En consecuencia, el mensaje se hace trascendente en la sutileza del hallazgo poético: además de carne somos recuerdos, ausencias y presencias que se conjugan, somos espera al filo de la noche y contemplación de las maravillas del instante presente, del hoy que se revela con la misma intensidad que el pasado, con la misma duda con la que se espera el futuro.
Algunos poemas presentes en el libro "El dia de hoy"
1.
Era por estar vivos
que nos desnudábamos
y reconocíamos
la furia en la espesura de la noche
y era
por este apego a la carne
que día tras día
las manos quemadas por tanto sueño
arrancaban de las espinas
la luz roja de la tarde.
3.
Somos los desterrados
los que se miran
desde la desgracia que habita
todos los finales.
Somos los que rasguñan la entraña de esa fiera
que llaman Dios
para que sangre y llore
porque no podemos retener el tiempo
y su vértigo
en mitad del cuerpo.
6.
Ese pájaro vino y se contempló en mis ojos
supo que alguna vez
no sé cuándo
había sido yo.
Voló atravesando la noche como un sueño
y su nido hecho con largos mechones de mi pelo
ardió en su vientre.
9.
No es que siempre sea la tristeza
es que el mundo, sus intentos,
se descomponen
cada mañana
cuando al fin creemos
haber ganado la otra orilla.
10.
Olvido todo.
Menos a un perro amado, menos su ternura,
su enfermedad.
Humo la memoria que te trae de vuela
que desconoce mis manos
y las horas felices.
16.
Escribo
desde la desgarradura de la tarde
cuando el último pájaro
trina en una rama
mientras lo imagino.
20.
El perro muestra frenético sus dientes
y corre con su presa entre la boca
llanura adentro;
ha sido largo el suspiro exhalado
por el que ahora es un cadáver
banquete que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.
El perro cruza luego la noche,
la tiniebla que para él resulta el mundo humano.
Jadea, lame las magulladuras de sus días
sabe, entiende
qué son la soledad y el destierro,
pero desconoce la función del tiempo,
su impostergable cometido;
envejecerlo todo, acabarlo todo.
Como el perro
mis labios riñen con la vida y tragan luz,
jamás sacian su hambre,
ya adentro la luz es un rayo
y se extiende por las entrañas del cuerpo
que también cruza la noche
magullado, solitario,
consciente de que será cadáver,
banquete del tiempo;
ese otro perro
que llanura adentro, noche adentro, todo lo devora.
34.
El deseo también es olvido.
Los dos adentro, incrédulos, solitarios
lamiendo el hueso del que pende
cualquier ilusión
Otros Ojos
Por Gabriel Chávez Casazola - Bolívia 2014
Como el perro que presiente lo invisible pero está atado a lo visible; como vacas que al pastar y rumiar creen destejer su destino o el escorpión que danza con la muerte en una agonía silenciosa que solo él ve; cual el colibrí y su ansia de flores rojas y ebrias o una mosca con su tonto divagar entre la mesa, la ventana y la tarde; o, en fin, como la gaviota muerta en cuyos ojos de agua / se fragmenta el mar: así nos hallamos (y nos perdemos), fragmentados en los raptos que son estos poemas –parpadeos frágiles y a la par poderosos–, a menudo nimbados de fábula, en que los animales, las hojas, el mar o la mañana son alegorías que nos permiten mirarnos (y mirar) con otros ojos y decir del mundo con otro alfabeto, su alfabeto, hasta descubrir una luz otra, otra constelación, que revierte nuestro centro a su decir primero.
Solo entonces se hace posible mirarnos desde nuestros propios ojos y nombrar con una palabra nueva, despojada, descalza, la tierra cuya lengua lamerá nuestro vientre y nos vaciará de memoria, esa voz áspera y lejana que nos parte, las rocas que nos crecen en el centro, la casa que se desploma a las seis y la madre que corta el tomate y la cebolla esperando una aparición.
Esa aparición, de la mano de Camila Charry Noriega, resulta ser la poesía, palabra que aletea y quiebra el triste sonido de la espera, memoria que honra lo poco del mundo que de verdad nos premia, sangre que traza rutas de regreso a la herida de la que nuestro cuerpo es cicatriz. Solo basta con cerrar los ojos / para descubrir esa palabra / que adentro arde; esa voz que nos traspasa como va diciéndose la luz entre los árboles, soplo que nos ronda, apenas aroma de un asombro esencial.
Algunos poemas presentes en el libro "Otros Ojos"
1.
Danza el escorpión entre el fuego con la muerte.
Erige monstruoso su cola como otro monstruo
sobre su cabeza.
La sombra proyectada en la arena
es la imagen de una lucha triste
y el abisal eco de una agonía silenciosa
que solo él ve.
Para mi amiga Ángela
2.
Bajo el sol violento de la sabana pastan las vacas.
Entre la neblina que asciende
son aparentes montes que se deslizan
en medio de la hierba crecida y despojada
de su vuelo.
Miran todas hacia el mismo rincón de la mañana;
inocentes creen
mientras rumian
estar destejiendo su destino.
4.
Al otro lado de la sombra
y desde la calle serpenteada
por la luz de los faroles
un perro aúlla.
Presentimos lo invisible;
su sangre se ha helado
y entre visiones que le son ajenas
riñe con el tiempo
su receloso corazón animal.
6.
Olas sobre el ojo abierto de la gaviota abatida
en la arena de la playa.
Difícil saber cuál murió primero.
La ola en la costa que revienta y se divide perdiendo la unidad;
la gaviota muerta en cuyos ojos de agua
se fragmenta el mar.
11.
Una mosca zumba en la claraboya
impertinente se lanza a su cacería ciega.
Desprecio su tonto divagar entre la mesa
la ventana y la tarde;
su vida
tan similar a la mía.
14.
Sin órganos calientes
la araña
come sobre hilos brillantes
la carcasa de la mariposa.
Sin embargo todo sigue siendo la vida
bajo la lengua fría del hambre.
16.
Vacía
flota en el viento la hoja.
Cae y mientras cae la eternidad penetra.
Su alfabeto, una luz otra, otra constelación
revierte su centro a su decir primero;
raíz, materia sin rostro
árbol ausente
en el paisaje la tarde.
18.
La cadena sangra en el cuello del perro.
He visto en sus ojos transcurrir el día y la noche
como sombras exiliadas que lo rechazan,
ha olvidado ladrar y batir la cola
aúlla bajo la luz de su poste
luz materna que vigila su hambre y sus huesos.
Esta mañana, al fin, lo han soltado.
El perro, libre ya,
no sabe cómo andar el mundo sin sangrar,
asustado vigila y custodia su poste
de día y de noche
para que no escape y rompa el cordón umbilical.
21.
Mi carne es tu carne padre
desde ella imagino tus ojos jóvenes enamorados de mi madre
en ella laten mis palabras que no aciertan a rasgar el tiempo
mi temor a la oscuridad, hace tanto
deslizándose por la madera de la casa.
Ahora mi carne envejece
y mi corazón se tuerce de esperar;
entre sus vetas arden viejos amores
reptan los deseos que jamás pronuncié,
entre ella oigo tu voz áspera y lejana
que me parte en dos.
31.
Mi madre extraña a su madre que se fue hace años.
Corta el tomate y la cebolla
desde su silencio más triste
esperando una lágrima o una aparición.
A Enrique
41.
Mi mano toca tu mejilla
busco con la lengua la humedad de tu boca
y vuelvo a ser carne sin noche
sin espinas.
44.
Maduro el sol de la mañana
corta horizontal las sombras del tejado.
Desvisto, dentro de la habitación, mi cuerpo de su exilio,
tu nombre flota entre mis piernas
y repta a la intemperie
como otro sol
que estalla ofuscado en mis ojos.
Lectura del libro "Otros Ojos", por *Adalber Salas Hernández
|
Adalber Salas Hernádez |
Receloso corazón animal
The blood jet is poetry,
there is no stopping it.
(Sylvia Plath)
I
Hay amplias zonas de
nuestra anatomía que han sido profundamente dañadas por el quehacer poético. El
cabello, los ojos, la boca, las manos, la piel entera: todos ellos dañados por
la erosión que producen siglos y siglos de palabras, tallados a la fuerza hasta
volverse irreconocibles. Cuesta pronunciar sus nombres, escuchar eso que vemos
en el espejo. Se han vuelto eso que llaman lugares
comunes, espacios de nuestro imaginario que se han calcificado, endurecido,
hastiado.
Sin embargo, se trata
de nuestro cuerpo, permanentemente dedicado al cambio, resistente a estas
formas de osificación simbólica. La práctica de observarnos con atención,
haciendo un esfuerzo consciente por renunciar al modo en que concebimos
nuestros miembros, puede regalarnos la oportunidad de abandonar esos lugares
comunes para restituir algo de movilidad a nuestra figura. Toda anatomía es
irremediablemente imaginaria; empero, no por ello debe ser fija, inamovible. Al
contrario: el cuerpo nos proporciona constantemente materia para remover y
renovar nuestro universo simbólico. Su topografía, ese mapa íntimo que traza
los límites de nuestra vida, está repleto de caminos que nos reclaman.
No sería exagerado
afirmar que el órgano que más ha sufrido por este proceso de solidificación es
el corazón. Lo cual no debería sorprendernos: es ruidoso, tiende a cambiar de
comportamiento y resulta evidentemente importante para el funcionamiento del organismo.
Aun así, es una víctima innegable del lenguaje. Se lo ha fijado de manera casi
irremediable, haciéndolo el signo unívoco de la pasión amorosa. Gracias al
marketing, a la publicidad, a la televisión, a cierto cine y a la literatura
barata y floja, el corazón se ha vuelto incapaz de significar otra cosa. Uno de
nuestros órganos fundamentales pareciera condenado a una mezquina vida
imaginaria.
No obstante, hay
excepciones, espacios donde la poesía misma, responsable de este abuso, otorga
al corazón un nuevo modo de ser. Tal es el caso del poemario Otros ojos, de Camila Charry Noriega. En
él, nuestro órgano apenas es nombrado, pero cuando aparece, el lector de golpe
comprende: desde mi lectura, es la imagen clave de todo el libro. Se trata del
verso que también da título a este ensayo, receloso
corazón animal, perteneciente al poema 4
del conjunto. Todos los textos que conforman el libro están entregados a la
tarea de dibujar los límites del sujeto que los escribe, comparándolo con
figuras animales, poniéndolo a prueba en escenarios de profundo erotismo,
examinando y reformulando su humanidad.
Este corazón, suerte de
cifra secreta del poemario, es animal,
hecho
biológico craso, con medidas, volumen, pulsaciones por minuto. Un órgano que no
posee un sentido, sino una función. Que sirve para algo, pero no dice nada. Que
bombea sangre, marca un ritmo, pero no cuenta el tiempo ni se preocupa por los
relojes. Este corazón animal nos permite entender la tarea que Charry Noriega
emprende en Otros ojos, y que ya el
título insinúa: observarse con una mirada ajena, extrañada, que le permita
entender su calidad de ser humano desde lo animal –no por oposición, sino
hallando un común acuerdo, una especie de tierra común. Así, por ejemplo, las
vacas que pastan en el poema 2 se
tornan reflejo íntimo de la relación de cualquier individuo con el trabajo:
Miran todas hacia
el mismo rincón de la mañana;
inocentes creen
mientras rumian
estar destejiendo
su destino.
Vacas como hombres y mujeres, tejiendo y destejiendo la trama
interminable de la labor, creyendo en un telos
que no puede ser alcanzado. Hombres y mujeres como perros, que en el poema 8 comparten el saber amargo de no
pertenecer a ningún lugar:
Lamerán el polvo de
los días
desde su tierno
sueño
ansiarán el hogar;
su nunca tierra
prometida.
En los animales que recorren estas páginas nada recuerda a
las fábulas. Los textos de Charry Noriega no poseen moraleja, no tienen afán
pedagógico. Se esfuerzan por crear, en el texto poético, una zona de
indistinción entre lo humano y aquello que no lo es, poniendo con ello en tela
de juicio nuestra noción misma de naturaleza.
No es fortuito que para realizar esta operación escoja el poema: de todas las
modalidades –y modulaciones– de la lengua, esta es la que se sostiene en sus propios
límites, en la reelaboración constante de sus fronteras, colindando con lo
inexpresable. Así, esta inquisición en la existencia humana es también,
forzosamente, la formulación de una pregunta en torno a las capacidades del
lenguaje para representar a quien lo habla.
“El animal traduce su presencia a la forma humana por medio
del despliegue vocal. Lírica, cantar, melodía, poema.”: esto anota James
Hillman en La cultura y el alma animal.
Como sujeto, quien habla en estos poemas no puede dar lugar a lo animal sino a
través de su propio decir. Allí descubre, entonces, la fraternidad subterránea
que los une, el hecho irrefutable que declaran los versos del poema 14:
todo sigue siendo
la vida
bajo la lengua fría
del hambre.
II
Pero esta indagación en la animalidad exige que se la
prolongue en otros ámbitos. Es por ello que los recelosos ojos animales de la
autora se dedican a explorar otras formas de lo no-humano. Su particular
dicción poética, descarnada, contenida, realiza una suerte de recorrido que la
lleva desde un lugar que podríamos llamar mundo,
pasando luego por el espacio doméstico, para alcanzar finalmente el propio
cuerpo, encontrando también en él un reducto de opacidad, una extranjería
inexpugnable.
Su aproximación al entorno está radicalmente deslastrada de
paisajismo: como lo animal o el hogar, el mundo exterior está reducido a su
calidad netamente material –lo que es más, es visto a través de la carne de
quien habla:
Es el mar
que con su lentitud de párpado va cubriendo la tierra.
Es el mar que recuerda todos los abismos
y nos ata a su rumor de rocas
que nos crecen en el centro.
Este mar del poema 26
no es el de los cuadros que estamos habituados a ver, ni el de las películas.
Este mar es todo menos una postal: es un agua memoriosa que también es
corporeidad, que reniega de las abstracciones, que se vincula a nosotros, desde
su otredad, gracias a su materialidad. Entre él y nosotros se crea un lazo de
complicidad, de reconocimiento.
Tampoco el hogar que nos vio crecer, es perfectamente
homogéneo: hay zonas de extrañeza en él, habitaciones inconfesables. Charry
Noriega, en el texto 22, al mirarse
con estos otros ojos, se descubre
como uno de esos puntos ciegos del espacio doméstico. Se mira en toda su
singularidad, incapaz de uniformarse. Es el elemento que se sale de la norma,
ineludible:
La casa se desploma a las seis de la tarde.
Bajo una luz rojiza recogemos la mesa;
no iré a misa
no me casaré.
No saldrán de mi vientre
nada más que culpas.
El eje de esta alteridad es el cuerpo, pero no visto desde
aquellos lugares comunes a los que me refería al principio, formaciones
imaginarias que lo fijan, que lo vuelven seguro, transitable. La voz de estos
poemas nos presenta un cuerpo fundado por su negatividad, incapaz de plegarse a
la norma. De ahí, claro, la culpa –y de ahí, también, el desplome de la casa,
la demolición del espacio doméstico, insostenible sin un sujeto miope que
obedezca incondicionalmente a la ley.
Una vez que ha ingresado explícitamente en los dominios del
cuerpo, la autora no se detiene: con cada verso va inspeccionando sus bordes,
intentando redescubrirlo, sorprender sus zonas inexploradas, fijar –aunque sólo
sea por un poema– esta suerte de anatomía negativa:
Retener
-en cuerpo- la infancia,
su
umbral hasta esta carne
presente
y cierta que ahora vivo.
He aquí otra manera en que lo negativo, lo que sencillamente
ya no es, conforma nuestro cuerpo: somos la suma de los momentos pasados, que
no podemos reproducir ni recrear, que ya no podemos mirar o palpar, pero que
sin embargo nos determinan. Esta repetición de gestos y palabras es lo que
podríamos llamar nuestra propia, mínima historia natural. Retener ese pasado
casi mudo del sujeto hablante que llamamos infancia
es otra forma de inscribir, pero en un registro distinto, nuestra calidad de
seres humanos.
Peter Sloterdijk dijo en una entrevista, cuando le
preguntaron sobre su expresión zoológico
humano temático para definir el hábitat que nos hemos construido: “el hábitat del ser humano no es la naturaleza en estado
puro ni la casa en estado puro. Es una organización intermedia, que se parece a
un zoológico. Una ciudad que fuera sólo una ciudad sería una suerte de prisión.
Las ciudades vivibles son como zoológicos. Y un zoológico humano es simplemente
una metáfora que remite a la calidad urbana del estar humano.” Luego añadió:
“Esa es mi definición de la humanidad: la
incapacidad adquirida de quedar en el terreno de la animalidad.” En Otros ojos se puede leer una tentativa
por deshacer esa “incapacidad adquirida” para replantearla como una capacidad
activa, una mirada que saca provecho de ese estado intermedio del ser humano,
situado justo a medio camino entre la naturaleza y la casa –es decir, en la
posición idónea para sorprender, o incluso inventar, lazos consanguíneos e
insólitos con el mundo que lo rodea.
Así, por ejemplo, el poema 51, que parte de una escenificación del encuentro erótico para
llevar al sujeto a una suerte de estado primordial, a su prehistoria, donde
todas las distinciones que lo esculpen quedan fugazmente suspendidas:
Soy menos humana
desnuda
y el salto animal
de mi lengua en tu sexo
es el encuentro de
dos creaturas acuosas
que pelean a muerte
un invisible territorio.
Charry Noriega abandona las capas superficiales de las leyes
que nos regulan para alcanzar nuestros estratos más profundos, menos visitados,
usualmente ocultos. Aquel receloso
corazón animal que mencioné sostiene allí su pulso, persiste en su latido, recordándonos
que no tenemos que conformarnos con lo que se nos ha enseñado que somos, que
existe una complicidad con el mundo que nos rodea, animado o inanimado, animal,
vegetal o mineral, que nos permite reimaginarnos, devenir –para usar una palabra cara a Deleuze– una criatura ajena,
distinta: dar una nueva configuración a nuestro universo simbólico. Movilizar
los límites de lo humano, hacerlos difusos, transformarlos en puertas hacia lo
ignoto. Ser, en fin, eso que dicen los versos del poema 38:
el animal desterrado
que cubre todos nuestros huesos.
*Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987.
Poeta, ensayista, traductor. Licenciado en Letras por la Universidad Católica
Andrés Bello. Ganador del II Premio Nacional Universitario de Literatura en el
rubro de Poesía con el libro La
arena, el vidrio: ascenso en tres movimientos (Caracas, Editorial
Equinoccio, 2008), así como autor de los poemarios Extranjero (Caracas, bid&co. editor, 2010; Bogotá, Común
Presencia, 2012), Suturas (Caracas,
bid&co. editor, 2011) y Heredar
la tierra (Bogotá, Común Presencia, 2013). Asimismo, ha publicado el
volumen Insomnios. Ensayos sobre
poesía venezolana (Caracas, bid&co. editor, 2013). Ha sido
incluido en las antologías La
imagen, el verbo (UCAB, 2006) y Antología de poesía joven venezolana (bilingüe árabe-español,
Universidad Internacional Libanesa, 2009). Recientemente han sido publicadas
sus traducciones de El hombre
atlántico, libro de Marguerite Duras inédito en castellano hasta el momento
(Caracas, bid&co. editor, 2013) y Elogio
de la creolidad (de Bernabé, Chamoiseau y Confiant; Caracas,
bid&co. editor, 2013). Textos suyos, tanto poesía como ensayo, han sido
publicados en distintos medios periódicos, nacionales e internacionales.
Actualmente se desempeña como director de la colección Voces Iniciales en
bid&co. editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la
Revista POESIA de la Universidad de Carabobo y cursa como becario el MFA en
Escritura Creativa en Español de la New York University.
"Viví muchos años, desde que era muy chiquita, en un lugar cerca a Bogotá, se llama La Calera. Mi casa quedaba entre un bosque de pinos y un bosque nativo, un hermoso paisaje de verdad. Era difícil en ese momento que hubiera luz, así que en las noches no había mucho qué hacer, entonces mis papás, como a muchos niños de entonces, cosa que no se ve mucho hoy en día, me leían cuentos.... (...)"
(Fragmento de la entrevista
concedida a
Raquel Abend van Dalen)
Camila Charry Noriega.
Todos os direitos autorais, textos e imagens, são reservados a autora.
Revista Biografia
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