Par de relatos breves
Hay veces que me dan ataques
de brevedad, de dar un tiro al centro de algo, es una especie de sensación de
choque, de dar un golpe al vacío. Es por esa razón que quiero compartirles un
par de relatos breves de mi autoría, como resultado de tales momentos: “En
ningún parque” y “Habitación de hotel”.
En ningún parque
El andador desnudo,
encharcado, largo y se dobla y sigue. Al medio una piedra cae en el agua. Todo
alrededor se salpica. El pantalón queda con dos circunferencias húmedas poco
importantes en la zona de la pantorrilla derecha. La hoja de una rama parece
que está dispuesta a caerse. Se sale a una calle donde ya no pasan autos. La
hora se presta para atravesarla sin mirar a ambos sentidos. La acera de
enfrente se deja pisar sin miramientos. Una banca metálica se extiende al
interior de un parque. El parque desierto de tan solo se achica. Las manos
sostienen la cabeza que se recarga sobre ellas. El descansabrazos le sirve más
a los pies que se quedan quietos. La gorra se baja para taparle los ojos. La
farola que queda frente a la banca no deja dormir. La nariz deja salir un poco
de aire. La boca se mastica de forma lentificada. Un perro hecho bola bajo un
árbol regala una mirada breve hacia la mancha recostada en la banca. El bote de
basura garabateado deja salir sus olores de vez en vez. Un silbato se va
quedando sin aire en la lejanía. En un rumor se oye “no hay ningún lugar para
estar” y éste se adelanta a sus propios pasos que van dibujando tras él otras
calles, otros edificios, otras casas, otros callejones, otros alumbrados, otras
ciudades, otras formas de estar siempre en el mismo sitio.
Habitación de hotel
El roble flanquea una casa
que se cayó a pedazos a mitad de la avenida. Las señalizaciones parpadean un
amarillo preventivo. El sonido de los automóviles desesperados por cruzar la
avenida retumba en la habitación situada en el segundo piso de un hotel barato.
En la esquina se asoma un supermercado.
Del bolsillo, la mano, saca
unas monedas. El mostrador las recibe fríamente. El café resbala por la
garganta y el estómago siente una ligera quemazón. La acera fraccionada en
infinidad de líneas, unas gruesas otras no tanto, sigue hasta el otro extremo
de la calle. El sol no sale, no quiere. Los semáforos no sirven. Un brazo
azulado trata de aligerar el tránsito. Algunos ojos se ocultan entre una fila
de autos desesperados por quitarse de encima al tráfico.
La puerta del hotel se deja
abrir como una virgen. Un resoplido vaga alrededor de una mesa que está pegada
a una ventana que da a la calle. La tarde es depresiva. Las palabras apenas
salen de unos dedos largos y flacos que teclean dubitativamente. Varios
cigarros consumidos yacen en un cenicero ennegrecido. Los labios se aferran a
la orilla de un vaso que contiene algo parecido al whisky. Frente al hotel se
levanta un anuncio espectacular con la imagen de una mujer en lencería. La
imagen de ese bulevar no cambia mucho a través de la ventana. Alguna sensación
de hartazgo se desprende en la habitación y la deambula. “Hoy no será” masculla
una boca amarillenta. El reloj se adelanta cuarenta minutos. El teléfono suena.
“Estoy subiendo” dice el aroma de unos labios cálidos y delgados. Unas cuantas
palabras permanecen en la pantalla de la computadora, aburridas. Una seguidilla
de ligeros golpes en la puerta resuenan al interior de la habitación
crepuscular. “Entra”. Los pantalones caen hasta los tobillos. Un par de
billetes descansan sobre la cómoda.
Juan
Mireles. Escritor (Estado de México, 1984) y director editor de
la revista literaria Monolito. Ha sido publicado en una treintena de revistas y
suplementos culturales en Hispanoamérica. Columnista en Ruiz-HealyTimes.com y
Revista Biografía (Brasil). Segundo lugar en el II Premio “palabra sobre
palabra” de Relato Breve llevado a cabo en España. Es autor de la novela Yo (el
otro) Octavio. Ediciones El Viaje (México, 2014). Blog personal: http://wwwjuanmireles.blogspot.mx/
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