Marisa Trejo Sirvent (Chiapas, México, 1956). Maestra y
Doctora en Educación. Lic. en Lengua y Literatura Hispanoamericana. Escribe
poesía, cuento, ensayo, crítica literaria y artículo periodístico. Es autora de
una centena de artículos en revistas culturales del ámbito nacional. Su poesía
ha sido traducida al francés e incluida en doce antologías, seis de ellas
internacionales. Jurado en certámenes nac. y regionales. Creadora con
trayectoria (Foesca). Ha participado en congresos nac. e internacionales de
literatura y educación y en Festivales y Encuentros nac. e Internacionales de
poesía. Imparte cursos de lit. universal y latinoamericana, redacción, español,
francés, didáctica de lenguas y producción de textos académicos. Ha publicado
seis poemarios, tres libros de ensayos, dos libros colectivos y ha compilado
dos antologías poéticas. Entre sus libros se encuentran Una introducción a Sor Juana Inés de la Cruz (I.M.C., 2001), Chiapas biográfico (S.E., 2006), Jardín del paraíso (U.A.E.M., 2000) y La señal de la noche. Libro colect.
(UNAM, México, 2000); Páramo de espejos. Vida y obra de José Gorostiza
(Gob. Del Esta do de Tabasco, 2009 y reimp. 2010). Es catedrática de la Universidad Autónoma de
Chiapas.
ROSARIO
CASTELLANOS: FUEGO DE MIL CAMBIANTES LLAMARADAS
Por: Marisa Trejo Sirvent
“Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas”.
Rosario Castellanos
Una niña de amplios ojos negros
camina por la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas. No recuerda la gran urbe
en la que nació un 25 de mayo de 1925. México D. F., fue para ella como alguna
vez lo aclaró, una ciudad de paso. Su vista observa minuciosamente las baldosas
y adoquines por las que camina junto a su nana que la lleva a escondidas al
parque. Sus padres han salido a visitar sus haciendas. Su mirada se vuelve de
vez en cuando a observar los detalles del empedrado de las calles, los muros de
las casas, donde en sus hendiduras imagina seres misteriosos, las mecedoras y
los ajuares, los ancianos y las mujeres platicando sobre asuntos cotidianos. Cuando
ve de espaldas a un chiquillo que entra corriendo a una casa, recuerda a su
hermanito recién muerto, quien a veces la acompaña en juegos imaginarios, por
los amplios corredores o en el traspatio de la casa. Rosario le dice que lo
siente tan lejos, que la perdone. Él le dice al oído que no se sienta culpable,
que él nunca estará solo porque siempre está a su lado, aunque ella no pueda
verlo.
Rosario sale de sus cavilaciones cuando su nana le
dice que ya jugó mucho rato y que deben volver a la casa. De la mano de su nana
indígena vuelve a su casa mientras observa con detalle los rostros de los indígenas
con los que se topan. Su nana le hace ver lo elegante de sus trajes, el orgullo
de su raza y lo entrañable de las costumbres y tradiciones del mundo indígena.
Mientras la trenza le enseña oraciones en su lengua. Ella aprende así a
respetarlos y admirarlos. No comprende cómo los ladinos, comerciantes sobre
todo, les impiden la entrada a sus tiendas mientras están atendiendo a algún
ladino o caxlán. Ese mundo confuso en el que vive, tratando de
entender dos realidades, la vida de los ladinos y la de los indígenas se va
ordenando y adquiriendo lucidez, al acercarse, a fuerza de vivir sobreprotegida
y aislada, a la biblioteca paterna que había ido conformando poco a poco luego
de sus estudios de ingeniero en los Estados Unidos, Don César Castellanos, su
padre, un hombre culto de gran posición social, casado con una sencilla mujer
dedicada al hogar, Adriana Figueroa. Rosario toma los libros cada vez que sus
padres viajan a los ranchos El Rosario y Chapatengo, que formaron parte de las
propiedades que se perderían en gran parte por la repartición de tierras en la
época de Lázaro Cárdenas.
Rosario ha dejado ya la escuela primaria donde todas las niñas estudian
en una misma aula y ha entrado a su primer año de secundaria. Cada día lee más.
Huye de los bailes de quinceañeras. Comienza a escribir poemas llenos de
ingenuidad y pequeños poemas de amor que más tarde publicará: “Inútil aturdirse y convocar a fiesta pues
cuando regresamos, inevitablemente, alta la noche, al entreabrir la puerta la
encontramos inmóvil esperándonos”.
Los negros ojos de Rosario ven nuevamente la ciudad donde nació, tiene
dieciséis años. Vive en un departamento de la Colonia Roma. Termina
la secundaria y continúa sus estudios de preparatoria en el Colegio Luis G. de León
donde conoce a Dolores Castro, su mejor amiga, con quien comparte sus orígenes
provincianos y el acceso a bibliotecas paternas que despertaron sus intereses
hacia lo literario. Ambas habían comenzado a escribir tempranamente.
Rosario no sabe por qué se
inscribió en la carrera de leyes. Pocos meses después, decide cambiarse en 1944
a la Facultad
de Filosofía. Ahí coincide primeramente con Dolores Castro, Augusto Monterroso,
Otto Raúl González y Carlos Illescas, de Guatemala, Ernesto Cardenal y Ernesto
Mejía Sánchez de Nicaragua y con Manuel Durán Gili, un español. Vuelve más
tarde a Chiapas acompañada de sus amigos y participa en un recital poético.
Poco antes había enviado poemas que se publicaron El estudiante de Tuxtla
Gutiérrez y en el periódico Acción de
Comitán. Rosario se reúne en el café de la Facultad, en el edificio
de Mascarones, con otros destacados escritores: Fernando Salmerón, Luis
Villoro, Sergio Galindo, Emilio Carballido, Jaime Sabines, Luisa Josefina
Hernández, Miguel Guardia y Sergio Magaña. Con Sabines la une el hecho de ser
de Chiapas y de que sus familias se conocen desde que eran niños: “En Jaime Sabines admiro la sensibilidad, la
capacidad de ternura, que es muy rara de encontrar entre los poetas mexicanos.
Admiro su musicalidad…”
Empieza a publicar en las revistas América,
Liteterae, Barco de papel, La palabra y el hombre y Estaciones. Encuentra en sus amigos, el
cariño, la compresión a sus intereses literarios y el reconocimiento a su
talento creativo. El café en Mascarones era obligado punto de reunión donde se
discutía y se aprendía muchísimo. Fue la época más feliz de su vida.
Pero más adelante, observará el bosque de Chapultepec, se llenará de
melancolía al recordar los bosques de los Lagos de Montebello, en Chiapas. Las
aves traídas de Chiapas le traerán recuerdos lejanos que querrá olvidar,
pequeños silbidos que romperán de cuando en cuando el silencio y la soledad.
Surgirá en ellos la ternura de los indios, en especial, la de su nana que la
acompaña siempre. Una voz le repite mientras camina por los senderos del Bosque
de Chapultepec: “Nunca olvides el bosque, ni el viento, ni los pájaros”.Vuelven a su
mente los acontecimientos tristes de la muerte de su hermano y el despojo de
sus tierras. Tampoco le ayuda a sobreponerse la relación fría que ha mantenido
siempre con sus padres. Eran épocas de incertidumbre económica para su familia.
Se refugia en la lectura luego de la muerte súbita de su madre en 1948, y de
su padre, con pocos días de diferencia. “¡Qué tremendo es el rostro del amor cuando
lo contemplamos con los ojos sin lágrimas! su visión nos destruye. Sólo queda una
ceniza oscura como la de un papel escrito por el fuego”. Días de tristeza y
soledad. Vuelve a releer Muerte sin fin
de Gorostiza, la que le produjo “una conmoción de la que no me he repuesto
nunca”, según sus propias palabras. Bajo su influjo escribió Trayectoria del polvo. Poco después se
editan sus dos primeros libros: Apuntes
para una declaración de fe y Trayectoria
del polvo. Rosario se gradúa como Maestra en Filosofía en 1950 con su tesis
“Sobre cultura femenina”.
“El cuchillo bajo el que se quebró
su cerviz” fue un hombre llamado
Ricardo Guerra, un existencialista sartreano, con el que se casó en 1957 y tuvo
un hijo, en 1961, Gabriel. Lo había conocido desde 1950, en el IFAL. A él le
escribió siete decenas de cartas donde expresó su amor, la desesperación, el
dolor y la angustia de no sentir jamás el sentimiento recíproco, sino
únicamente la triste unilateralidad de no recibir más que escuetas tarjetas
postales o cartas espaciadas que no alcanzaban a brindarle el cariño, la
seguridad y el apoyo que siempre necesitó. En ellas se percibe a una Rosario
que hubo de soportar y resignarse a la
infidelidad y a vivir la soledad de ese gran amor frustrado.
Luego de breves encuentros con su amado del que sentía no le
correspondía, regresa durante el verano de 1950 a Chiapas donde la espera su
medio hermano Raúl. Le escribe cartas donde se percibe a una Rosario completamente
enamorada. Regresa a la ciudad de México y
consuma su amor con Ricardo. Se da el anuncio de su beca que le
permitirá irse a España. Prosigue sus estudios de Filosofía y estilística en
Madrid, España, donde comparte la beca del Instituto de Cultura Hispana con
Dolores Castro desde septiembre de 1950 a fines de 1951. Rosario sueña con que
Ricardo la alcanzará, terminará su tesis y pedirá una beca como ella. Lolita y
ella viven tiempos difíciles, de hambruna y carestía, pero conocen España,
Francia, Italia, Suiza, Austria (donde pasan frío y penurias); al fin regresan
por Nueva York donde pasan un mes. Escribe
en esos viajes los libros de poesía: De
la vigilia estéril y Dos poemas. A
su regreso, se hospeda en casa de
Lolita y un mes después, enferma de tuberculosis sin saberlo, en 1952, retorna
a Chiapas donde es promotora de cultura del Instituto de Ciencias y Artes de
Chiapas. Publica Presentación al templo y
Tablero de Damas.
Vuelve a México un año después y pasa varios meses en un Hospital y
luego se muda a un departamentito en la casa de un tío suyo. En Chiapas ordenan
quemar algunos objetos, documentos y libros que habían estado en contacto con
la escritora. Dedica casi todo su tiempo a la lectura de Gabriela Mistral y de la Biblia, Jorge Guillén,
Saint-John Perse y Paul Claudel. Así se ve impulsada a crear una obra rica y
vasta. Obtiene la beca Rockefeller del
Centro Mexicano de Escritores en 1953. En esa época, forma también parte del
grupo literario de “Los Ocho” donde coincide semanalmente con otros escritores
y con Dolores Castro. En 1953 y 1954
sigue escribiendo poesía y ensayo. Se publican Misterios gozosos y El
resplandor del ser en la Antología Ocho poetas mexicanos. Escribe “Lamentación
de Dido”, reconocido como uno de los grandes poemas mexicanos del Siglo XX: “Y cada primavera, cuando el árbol retoña, Es
mi espíritu, no el viento sin historia, es mi espíritu el que estremece y el
que hace cantar su follaje”.
Los dos siguientes años trabaja en San Cristóbal de las Casas, Chiapas donde
dirige el Teatro Petul (guiñol) en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzoltzil del
Instituto Nacional Indigenista. Forma parte del famoso Ateneo de Ciencias y
Artes de Chiapas. En 1956 escribe sus novelas: Balún-Canán (con la que obtendría el Premio Chiapas en 1957 y sería
publicada en 1958, año en que contrajo matrimonio con Ricardo Guerra) y Oficio de Tinieblas.
Publica en ese último año, Salomé y Judith y Al pie de la letra. En 1960 se edita el libro de cuentos Ciudad Real (con el que obtiene el
Premio Xavier Villaurrutia) y el
poemario Lívida luz. Es invitada por
el Dr. Ignacio Chávez, Rector de la
UNAM, a colaborar como Jefa de Información y Prensa donde
trabaja hasta 1966.
Durante
una década imparte diversas cátedras en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución,
interrumpiendo esta labor por dos años porque fue distinguida como maestra
invitada en universidades de los Estados Unidos. Acepta este trabajo con la
ilusión de mejorar sus problemas económicos y de reflexionar sobre su relación
matrimonial que ya había entrado en crisis en los últimos años. Colaboró
posteriormente en infinidad de revistas y periódicos, estatales, nacionales y
latinoamericanos. Obtiene también la distinción Sor Juana Inés de la Cruz en 1962, el Premio
Carlos Trouyet de Letras en 1967, año en
que también se le reconoce como Mujer del
año y el Premio de Letras Elías Sourosky en 1972, año en que se publica Poesía no eres tú (su obra poética, 1948-1971). Su bibliografía
abarca poesía, cuento, novela, ensayo y teatro y su hemerografía muestra una
diversidad de ensayos y artículos periodísticos.
Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel, en 1971
donde muere trágicamente en 1974, a 49 años, según versión oficial, al conectar
una lámpara fulminada por una descarga eléctrica. Curiosamente, dice Dolores
Castro, por primera vez se sentía libre de su relación tormentosa con Ricardo
Guerra luego de su divorcio en 1968, estaba tranquila y feliz, mantenía una
relación mejor con su hijo, a la vez que reunía sus ensayos y escritos,
impartiendo clases de literatura en la Universidad de Tel Aviv y preparando nuevas
publicaciones. Siempre nos quedará la duda sobre su temprana muerte. Aquella
voz que buscaba “otro modo de ser humano
y libre. Otro modo de ser”. En sus palabras persiste la humanidad, en
ellas, permanecemos todos. Rosario Castellanos, escritora, poeta comprometida
con Chiapas, un día de agosto, quiso morirse de amor y llamarse "árbol de
muchos pájaros: "Voy a morir de
amor, voy a entregarme al más hondo regazo… En los labios del viento he de
llamarme árbol de muchos
pájaros”.
Marisa Trejo Sirvent
Poemas de Marisa Trejo Sirvent
EL TIEMPO ES
INVISIBLE
Años después
el tiempo es invisible
transparente
Sólo tu imagen permanece
te nombra transparente
como el aire secreto
da vueltas sobre mí
me hace llorar a veces
me incomoda a momentos
me sale a saludar
en mañanas tranquilas
tu humedad me despierta
en madrugadas
me sale al paso
me hace llegar al mar
en madrugadas
acariciando tu espalda
Años después
como el aire sin rumbo
a mis espaldas
sin rumbo te apareces
en los sueños
detrás de las ventanas
la tarde deja besos
en mi sábana
es la vida que vuelve
la vida que se moja
los pies en una playa
Años después
Viene y se va descalza
Es el sol que se aleja
en transparencias lilas
húmedas y moradas
se aleja en transparencias
que hieren el recuerdo
de días inútiles
de transparente espera
transparencias.
HISTORIA
Hilo la historia
de nuestra vida juntos
tus pasos hacia mí
desde tu piel lejana
tejes como una araña
este telar de seda
en rojos de pasión
en los cuerpos unidos
en ardores al rojo
en tardes con el sol
sobre los rostros
este telar de seda
invade las paredes de mi casa
este
telar etéreo
ocupa
nuestras pieles enteras
y mis
sábanas
JUEGOS DE SOLEDAD
Flores de tierra fría
Tierra que está en mi mente
Polvo que de repente
Baila en la fuente
Gota a gota derramo
Y doblo en dos al tiempo
Tiempo insolente
¿Adónde está la espina
que ya no duele?
Vuelvo a ser otro ser
Ser otra gente
Toda la noche estoy
Pensando en verte
En noche larga voy
Como una llaga
En mí estás siempre
Poco a poco te vas
Amante ausente
Juego con el crayón
Juego a tenerte
Solo de soledad
Sola tú siempre
Amante
Es un caso de vida
Caso de muerte
Con la muerte no me voy
Volaré hasta donde duermes
LA PIEDRA ETERNA DE LAS RUINAS
Volver sobre mis pasos
Amar bajo la fronda verde agua
Sentir la brisa suave de la selva
Las hojas que se rozan
Olor a barro fresco
A planta joven
A musgo antiguo
El aroma de lirios que cuelgan
De grandes guayacanes
La maleza que entierra
Tesoros de los mayas
El viento que guarda
La memoria de otros años
Que parece que vuelven del pasado
Mientras el río desciende
Pausadamente
Como la imagen del Dios maya
sobre la piedra eterna de las ruinas.
PALENQUE
Palenque
fronda
y piedras sagradas
de mis ancestros
árboles centenarios
recuerdan las hazañas
el esplendor de antaño
los leves movimientos de sus hombres
la dulzura del aire
que respira la música del viento
el esmeralda jade de la jungla
la frialdad de la piedra
el ingenio del hombre
hecho pirámide
hoy sólo quedan ruinas
asombro de turistas
mientras el dios contempla
serenamente
su antiguo poderío.
ESTE ES MI MAR
Éste es mi mar
el que
imagino
cuando digo mar
el que recuerdo
por
primera vez
La casita del faro
como en sueños
la
lluvia
el pozo
la arena de la playa
el abuelo
su sombrero de
fieltro
su traje blanco
su mirada señalando
el horizonte
Mi madre
sus ideas de
naufragios
su temor ante las
olas enormes
su corazón latiendo
ante el estrépito
Mi padre
su mano deteniendo
la nuestra
sus juegos en la
arena
Enseñándonos cómo sortear las olas
Éste es mi mar
el mar que ha
llenado las ánforas vacías
de los deseos
el mar que se
ha llevado los secretos
de este puerto
el mar que
nos ha traído su canto en los oleajes
de la vida.
Marisa Trejo Sirvent
José Ángel Rodríguez y José
Gorostiza: “Instante perpetuo”,
confluencia de imágenes.
“¡Oh!, inteligencia, soledad en llamas”
José
Gorostiza
Por:
Marisa Trejo Sirvent
Portada del libro “Páramo de Espejos”
“Instante perpetuo” es el
título del ensayo fotográfico que José Ángel Rodríguez preparó para el libro Páramo de espejos (2010), editado por el
Gobierno del Estado de Tabasco a través de su Secretaría de Gobierno. En Páramo de espejos. Vida y obra
de José Gorostiza se incluyen: un ensayo biográfico y dos ensayos literarios (Marisa Trejo Sirvent,
Ciprián Cabrera Jasso y Francisco Magaña) y dos ensayos fotográficos (José Ángel
Rodríguez y Francisco Cubas); el poema “Muerte sin fin”; se reproducen también una
colección de portadas de las diferentes reediciones que ha tenido ese poema
como libro, a través de los años desde que fuera publicado por primera vez en
1939; una diversidad de fotos y documentos procedentes de su archivo familiar y
profesional que fueron proporcionados por la señora Josefina Ortega de
Gorostiza, viuda del poeta y la Coordinación de Literatura del Instituto
Nacional de Bellas Artes; además de fotos de paisajes y sitios de Tabasco y documentos
provenientes de archivos y bibliotecas tabasqueñas.
José Ángel Rodríguez (Peñón Blanco, Durango,
1957). En 1971, comenzó su trayectoria como fotógrafo en México D. F., al
trabajar en el Club Fotográfico de México. Un curso de fotografía muy
importante para él fue el que llevó con el maestro Alejandro Parodi. Realiza
sus primeras fotografías en las ciudades perdidas de la misma ciudad (1974-1977).
Fue discípulo del maestro Manuel Álvarez Bravo, trabajando con él hasta 1979.
Su libro Vidas
ceremoniales es editado en 1991 (Casa de las
Imágenes). Realizó un proyecto fotográfico con pintores nahuas del estado de
Guerrero entre 1992 y 1995, del cual se edita el libro La tradición del amate (Mexican Fine
Arts Center Museum de Chicago/La Casa de las Imágenes, 1995). Ha
documentado las condiciones de vida de las comunidades rurales en el estado de
Chiapas, que concluye con el ensayo Lucha y resistencia de los pueblos indios de México (1996-2000). Su segundo libro individual se titula Lok’ Tavanej-Cazador de imágenes (Conaculta/ FONCA/La Casa de las Imágenes, 2002). Es
promotor cultural y profesor de arte fotográfico (talleres de revelado en
blanco y negro) de la Universidad Intercultural de Chiapas desde el año
2005. En la actualidad, prepara el proyecto
fotográfico “El viajero de la noche”.
José Ángel Rodríguez durante su exposición
Observamos en “Instante perpetuo”, una serie
de fotos con un estilo consolidado. José Ángel Rodríguez rinde con este trabajo, homenaje
a uno de nuestros más destacados poetas mexicanos del siglo XX y está dedicado
a José Gorostiza en reconocimiento a las fuentes del trabajo creativo. Se
incluye también en este ensayo fotográfico un epígrafe de James Joyce:
"Ineluctable
modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más,
pensando a través de mis ojos.
Señales de todas las
cosas que aquí estoy para
leer,...".
José Ángel Rodríguez recorre en estas imágenes
las emociones, el gozo y los pensamientos que tuvo mientras hizo una lectura
muy especial de “Muerte sin fin”
porque también recrea lo vivido por el poeta al escribirlo. En los ojos de José
Ángel Rodríguez ocurren muchas cosas que descifran el poema: cánticos de agua,
islas de júbilo, espuma trasparente, arenas en libertad de la playa tabasqueña,
monólogo de un ángel reflejado en el azul del agua sobre un cristal y un vaso
que reflejan la muerte, las alas en un remanso de caballos blancos sumergidos
en el cielo, repetidos una y otra vez en el reflejo del agua. Cada imagen
descubre nuestro rostro, incandescencia de siglos en este “tiempo de Dios”, en estas zonas ínfimas de estos ojos de agua irremediablemente
en busca de ese tiempo que no deseamos que se aproxime.
Foto: José Ángel Rodríguez
En cada imagen, la voz profunda y filosófica de
Gorostiza se une a la honda mirada de José Ángel Rodríguez en el reflejo
transparente del agua de la muerte que se oculta en la efervescencia de la
vida. Tiempo de agua en conmoción, tiempo de aguas quietas pero reverberantes,
tiempo de inteligencia “soledad en llamas”,
horas y horas frente al obturador, frente al estanque de “esta muerte viva”, creyendo ver a Dios, en comunión, en silencio,
germinando la máscara mortuoria de las lágrimas. Surgen de nuestros ojos tras
el cristal de todo lo vivido. Toman formas de estanques, de piedras y jardines
de rocas que se abren hacia adentro. Son el reflejo de los pájaros en la laguna
en vuelos misteriosos hacia nubes oscuras; gotas sobre las flores de campos
helados, pequeños dibujos en hongos, la mujer, la hierba y las hojas -es la
memoria de amaneceres recorriendo la piel de la amada, entre hierbas y hojas
del campo, su piel extendida como otra flor más bañada de rocío, pero
incendiándose-; gotas hasta su semen y su muerte; gotas sobre este viento
salobre que mueve las palmeras y nos lleva con él en huracanes y tormentas
anunciando el paso de ese fin de la vida.
Foto: José Ángel Rodríguez
Y no queremos ver más allá de la cisterna
en la cuenca de los ojos de la “putilla
de rubor helado”; alas de luces infernales en su mirada triste frente a la
ventana que nos muestra “los funestos
cánticos del mar” y canteras y pozas profundas donde la vida nos acerca a
la muerte; agua que brinca en cada ola y se contiene, agua mineral, delgada
línea de humo de los ríos que descienden en el camino al tránsito, espejismo y
quimera del sueño de la muerte; agua ciega que en burbujeante espuma de
cristales se separa para dar paso al agua inteligencia, agua de palidez, agua de
turbación, aguas lustrales de unos pies en movimiento “en donde nada es y nada está. /Donde el sueño no duele”; es la
muerte que salta, surca las olas, hiende su innoble pie mientras transita sobre
nuestra carne; se desliza en turquesas mentidas por nuestros huesos, casi vuela
sobre el alucinante manto negro que nos atraviesa de uno a otro costado en un
abrazo único, irrepetible, sin retorno. Sólo Dios se conduele, gime igual que
nosotros cuando nos consumimos hasta volvernos humo, trasparencia, mariposas
que se desvanecen.
Foto: José Ángel Rodríguez
Ocurren muchas cosas más en este
“Instante perpetuo” de José Ángel
Rodríguez pero para ello es necesario observar detenidamente las imágenes,
cruzar la barrera del papel revelado, transfigurado; es preciso deslizarnos
hasta saber qué sucede, qué es lo que sobreviene después de recorrer, dentro de
la foto, con el poema en la mano, qué pasa con el advenimiento de la plenitud en
los ojos del insomnio que coquetean aún estando cerrados, qué pasa con la
pasión revivida en el momento de la creación poética y fotográfica. Las fotos
parten del poema pero son también independientes, tienen una secuencia estudiada con la inteligencia,
aquella que encuentra su mejor expresión en la soledad, como reconocía José
Gorostiza. Una secuencia que complementa las ideas del fragmento anterior, las
une con los versos que se leen en ese instante perpetuo pero también con el subsecuente; le dan sentido los ojos del
fotógrafo que no pierden jamás su objetivo, volver siempre al tópico del poema:
Dios, la muerte, el agua, el vaso de la vida que se acaba.
Roberto Diego Ortega, Dolores Castro, Ciprián
Cabrera Jasso y Marisa Trejo Sirvent durante
la presentación del libro “Páramo de espejos” en el
Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México.
Páramo de espejos. Vida y obra
de José Gorostiza, libro que –en palabras de
Andrés Granier Melo, Gobernador del Estado de Tabasco, fue hecho en “homenaje
a la imaginación y sensibilidad poética de José Gorostiza”. “Instante perpetuo” sobresale en él, por su
originalidad y excelencia. Nos invita a seguir, de cerca, los pasos de José Ángel Rodríguez que se revela como un digno
discípulo de Manuel Álvarez Bravo, pleno de cualidades y madurez artística que
sería de esperar, pueda tener mayor reconocimiento por parte de las instancias
culturales.
Marisa Trejo Sirvent y José Ángel Rodríguez
Por último, nos gustaría
comentar que en “Instante perpetuo” se percibe un estilo distinto al de los
trabajos anteriores de José Ángel Rodríguez que estamos seguros, representa
otra línea más consolidada en la obra de este artista, y que marca un
parteaguas en su búsqueda constante en su camino artístico.
Marisa Trejo Sirvent
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Um comentário
Cara MArisa Trejo, gracias por tus palabras sobre la vida y la obra de Rosario Castellanos, que mucho me inspira y a quien mucho admiro. Ahora, creo que ella talbgien escribio nerl libro que tiene r titulo "Mujer que sabe latin...", ?No es cierto?
Abrazos y felicitaciones de una poeta brasilena, Roselis BATISTAR
ESCRIBEME al
roselis.batistar@gmail.com
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