¿Has amado alguna vez?
Me preguntas. Excelente cuestión. Para responder, debo antes tener una noción acerca del amor, quizá, si fuera posible, hasta una definición. Lo que va de noción a definición es un poco arena movediza. ¿Sí tengo una noción, la que podría responder acaso más por una experiencia que una definición? De la noción (producto de la experiencia personal, o bien de haber visto en otro su sintomatología) puede surgir una definición, más o menos aproximada del amor. También, habiendo sufrido y disfrutado en carne propia este bello dolor, ¿podría no tener noción ni definición? La locura, pongamos por caso: ¿sabe un loco qué es la locura? ¿sabe que está loco? Si lo supiera, ¿qué tan loco estaría? Bueno, reemplacemos la palabra locura y loco por amor y enamorado en las interrogaciones, y preparémonos a responder tan vasta pregunta.
Para un intelectual, lo primero que se le ocurre es Ovidio, siquiera sea por el título Ars amandi (Arte de amar) y, en seguida, el Arcipreste de Hita (Libro de buen amor); y un poco más acá, Romeo y Julieta... o ese otro Arte de amar, de Erich From. Naturalmente, hay libros menos tópicos, y acaso no menos instructivos; al menos para mí, más tengo con La piedad peligrosa, de Zweig, documento más inquietante (el sólo título es ya una perplejidad), pero acaso más profundo respecto de la exposición de una de las más poderosas pasiones del corazón humano.
Naturalmente, la pregunta no va dirigida a un intelectual, sino al esposo. Sin embargo, habiendo transitado por esa suerte de laberintos que son los libros citados (omitamos otros, El burlador de sevilla y convidado de piedra, de Tirso, con quien nace el mito de Don Juan, ejemplo acaso chocante en este contexto pero, en fin, una faceta del amor, como podrían serlo los Trópicos milerianos; Le rouge et le Noir stendaliano, Madame Bovary, y hasta los excesos meramente sensuales, y sentimentalmente corrosivos del Divino Marqués; etc., etc.), deberé responder desde mi modesta perspectiva, que no oso llamar experiencia, a fin de no comprometerme y luego no dar la talla.
Estar, o haer estado alguna vez enamorado es sumamente importante. Todos se ufanan de ello, y se aprestan a dictar cátedra al respecto, algunos disputando respecto de quién ha estado "realmente" enamorado, y así, el uno desmiente la validez del testimonio del otro. Trataré de evitar este papelón, limitándome a presumir de esta paradoja: como el loco, de haber estado enamorado, no lo habría sabido; de no haberlo estado, mucho menos. Quiero decir la imposibilidad de saber si estás o has estado enamorado.
Si preguntara a mis ex amantes, resentidas algunas, decepcionadas o ya indiferentes las otras, como de Don Juan, no es improbable que respondan que decididamente nunca asomó el nobilísimo sentimento a mi corazón. Aunque desde mi perspectiva, como Romeo Montesco, pude haber dado la vida por más de una Julieta Capuleto (de esto, vaya una complicación, sólo puede dar fe mi corazón, y allí, ¿quién vendrá a investigar?) ellas no dudarán en equipararse a la trágica desairada Edith, y yo, pues qué, yo su malvado teniente del décimo regimiento de Ulanos de La piedad...
Desearía, en cosecuencia, abstenerme de responder a tu pregunta, conque no conseguiría sino ser llamado, por enésima vez, taimado cobarde. Porque opto (¿qué opción honrosa me queda?) por la negación: no, amada mía, jamás estuve enamorado.
Leo Castillo
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