André Cruchaga [Poeta e Professor El Salvadorenho]
- Antologías:
Novísima poesía salvadoreña. Revista Presencia, año III, No.12, 1991. - Poesía a mano. 1ª. Edición, Editorial Universitaria, Universidad de El Salvador, 1997.
- 100 escritores salvadoreños. 1ª. Edición, Editorial Clásicos Roxsil, El Salvador, 1997.
- Antología de una década. 1ª, edición, Casa de la Cultura de Zacatecoluca, CONCULTURA, El Salvador, 1998.
- Antología "Paseo en verso", Editorial Pasos en la Azotea, Querétaro, México, marzo de 2005.
- Canto a un prisionero. (Homenaje a los presos políticos en Turquía. Editorial Poetas Antiimperialistas de América, Ottawa, 2005. ISBN 1-894879-10-4.
- IX y X Antología de la Nueva Poesía Hispanoamericana, 1ª. Edición, Editorial Lord Byron, Perú, 2005.
- Muestra poética, Revista Baquiana, Anuario V, 2003-2004, Miami, Florida, Estados Unidos, 2004.
- Rolando, La vida. Antología poética, San Salvador, El Salvador, julio 2005.
- Poemas sueltos (Revista Generación Abierta, Año 15, No.43 Editada por el poeta Luis Raúl Calvo, Buenos Aires, Argentina, 2006.
- Mínima Antología (Tres poetas salvadoreños), Revista Poda, No.3 Editada en Venezuela por el poeta Ramón Ordaz, 2006.
- III Antología de Poesía, entre Eros y Tánatos. Asociación de Escritores de Mérida Fondo Cultural “Ramón Palomares”, Venezuela, 2006. ISBN: 980-6679-15-6.
- Leyva, José Ángel. [Director-compilador], Revista Alforja No. 43, Revista de Poesía, México, abril de 2007.
- Poumier, María. Poetas por El Salvador, Antología. Editorial Delgado de la Universidad “José Matías Delgado”, El Salvador, 2008.
- Los Siete pecados capitales: la lujuria. (Antología preparada por Carlos López). 1ª. Edición, Alforja, México, 2008.
- Poemas al viento, (Antología preparada por José Ángel Leyva). 1ª. Edición, La cabra ediciones, Alforja, México, 2008.
- Vargas Méndez, Jorge y J.A.Morasan. Literatura Salvadoreña 1960-2000. Imprenta Criterio, San Salvador, El Salvador, 2008.
- Revista AMNIOS, Año 2009, No.1 Editada por el Ministerio de Cultura de Cuba. La revista está dirigida por los poetas Alpidio Alonso y Roberto Manzano, La Habana, Cuba, 2009.
- Revista ALKAID, No. 11, Revista multitemática, Valladolid, España, abril de 2011, dirigida por Pilar Iglesias de la Torre.
- Mas, José. Antología de poesía erótica. Cátedra, Madrid, 2011.
no tienen nombre, tampoco son necesarios los milagros para salir
de estas aguas de alcantarilla.
Sólo la sal depredadora brilla en las axilas; aquí perdió
la dialéctica su propia placenta.
Arde la sangre con sus flechas fantasiosas, el magma del huracán,
el ventarrón mudo de la agonía, el disfraz alumbrando el subsuelo.
No hay lugar seguro para restañar los sueños, ni limpiar
la respiración en medio de oleajes sinuosos;
sólo hay tiempo y espacio para exaltar las Sumas tribulaciones
en este campo soterrado de huesos;
—no hay otro espejo, que el poyetón siniestro del hollín
con sus tapiales oscuros: aquí la cárcel es la ciudad o como si lo fuera,
en el misal de la ceniza, en las aguas del desorden.
(De pronto uno quiere renunciar a este País donde huyen
los pájaros, a esta naturaleza fúnebre del polvo; aquí arde
el aliento de la escoria en cada acera, en las calles desordenadas
de la bisutería, en la fiebre del engaño.
Cada cuchillo procrea lágrimas y futuro: tocamos el filo en cada
zapato; en cada conciencia, el miedo es otra ubre en sigilo.)
Vivimos encerrados en el resuello de las migajas: migajas de todo;
no puedo amar a un País que sólo deja desposarte con la miseria,
con la destrucción del ala,
con la expropiación de la propia conciencia.
A diario servimos la neblina en la mesa: rezamos para alimentarnos
de fantasmas; en el ocaso, la luz se convierte en blasfemia;
en la oscuridad intensa, la boca respira las cruces del día.
en la ley no caben los descalzos, ni el cadáver que construye
a diario el vejamen, ni el castillo pintado de arco iris por los niños,
ni el ojo que puede ver más lejos ciertos laberintos.
(Las falacias nos sirven de sombrilla y los aplausos, de piñata:
hemos caído en los tatuajes del disfraz,
en la pelota dominical de las diversiones. El oficio es sajar la Esperanza,
hasta que la extenuación sea la tierra contundente de la miseria.
No puedo amar a un País que hace del alfabeto un balbuceo,
un circo, una pocilga, un largo callejón de ruinas.)
Detrás de cada cuerpo hay músicas siniestras, entumecidos bosques,
Un País cercenado, entrañas putrefactas, costillas delirantes,
Amaneceres en pozos macabros, bartolinas donde el fuego
No da tregua, muertos cansados de morir en las pezuñas,
Aguas lentas mordidas por el semen de los perros, estiércol que invade
La memoria: todo está aquí en esta locura de País que tenemos,
Menos por supuesto, la alegría firme de la risa, menos la ventana,
Sino el escalofrío que repta por los poros…
Barataria, 23.I.2011
Dejo en la memoria, las últimas monedas de las sombras. El arado
astral de las guitarras, la acera de la lengua con sus arduas faenas;
dejo para los arcángeles, esta eternidad incompleta,
el mar menor de los pañuelos, el césped ácido de la saliva,
la tasa quebrada de los olores, las aguas del odio que cerraron
mi horizonte, la suma de todo ello hundiendo mi hálito.
Dejo que el silencio que hable con la espesura del tabanco,
A fin de cuentas he aguantado la coz de tantas bestias:
—la enajenación insaciable, la adusta boca ensayando su entumecida
Sal entre las sombras del guarumo.
Aguardo la noche frente a las ventanas: aquí la muerte crecida
de la Esperanza, el frío de los martillos,
el incendio de los murmullos, las ramas socavadas del camino.
Ya no ando a prisa aunque el ansia me desvele:
la brecha es amarilla, negra, intensa como los grises de la voz.
En el ensueño el olor a los crepúsculos: la ramazón de la lluvia,
los lugares que un día celebraron mi corazón,
el retorno al arbitrio del paisaje, ahora desde lo oscuro de la cueva,
desde el grito exhalado del lamento.
La credulidad dejó de ser una vasija transparente, en donde ahora,
sólo cabe el refugio caído de las miradas.
(Dejo cada soledad en mis libros. Dejo el seno que me prodigo
de albas y puertas, el lecho anunciado de las semillas,
las llaves vegetales del viento en el río blanco de los ojos;
dejo al perro que sacuda sus pulgas con su lengua de sombrilla,
con su parpadeo de ojos contemplativos;
dejo, al margen de las paradojas, las telarañas como obra de arte
dentro de mis poemas extraviados en los poros secos de las paredes;
dejo la risa absurda de los balbuceos, los centelleos
de las arrugas, mi boca precipitada en el desamparo;
dejo que otros gocen de su propia máscara: evoco otros tiempos
de caminante solitario, de curiosos trenes y barcos en mis pupilas;
dejo los huesos ahogados en mi garganta, la alteración
de las esferas, la raíz de la carne empujando la cuchara
de los azúcares fermentados en la respiración, a ratos, inclemente.
Dejo el yagual del pellejo en el fluir de los zapatos,
en el hemistiquio alterado de los semáforos, en la muerte verdadera
que cae en mis ojos, sin otro ahora ni mañana;
dejo la desaparición forzada de mi conciencia, la mortalidad
mutable de mi presente, todos los días cíclicos del trompo
en el polvo dispersado de los exorcismos: lo demás, es el delirio
del zodíaco al momento de ponerme mi mortaja;
dejo pues, la piedra en el poema: la luz desgarrada transcurre
en el pecho; la claridad, sólo fue un lugar común y corriente
donde las moscas saciaron su apetito. Sé que el tránsito
es necesario como ese ritmo consonante del agua en el cántaro.)
Barataria, 11.I.2011
Escucho entre mi sangre y oigo el vasto
(Ah, doliente vuelo de querencias despobladas: amargos cauces
del gusano en la sangre, batallas de quemante sollozo,
ser la ceniza en estos fuegos recónditos, sombra del hartazgo,
duradera muerte en mi aliento, ciego apego a la hoguera;
ser el estrecho cauce de la lengua, la cuita dolorosa del sueño,
el alimento fúnebre de la carcoma.
Camino junto al desdén del ansia, junto a la luz doliente
de las cuatro paredes del vuelo: llevo sin merecer esta herida
que me ha nacido de tanto aspirar el desvelo;
en el insomnio toda mi sed se ha vuelto postrera, toda mi sed
ante la ausencia de las palabras; el limo de la lengua gime
dolorido, tierra adentro, donde se oculta la espina.
Me subyugan todas las abejas bajadas del árbol de la noche,
la resequedad plena en mi olfato, la dulzura menguada
a falta de ternura: atravieso los ríos invisibles del olfato,
cada campanazo, amedrenta, este gusano que llevo dentro,
la voz rugosa de las piedras, la porfía del arcano hacia el abandono.
¿En qué sosiego puedo advertir estos arcanos, sin escupitajos,
después de bajar sin compañía a la perennidad,
al centro de mi cuerpo soterrado en los abanicos del crepúsculo?
El follaje de la noche tiene arenas movedizas, ayeres
de hojarasca, equipajes que siempre amarró la sal con nudo ciego,
ternuras que nunca adiviné con mis ojos ciegos.
Cuando miro el sueño que pasa a oscuras junto al olvido,
toda fugacidad se vuelve eterna reverencia en mi aliento;
cuando la brisa llega, cegada por mis quemaduras diarias,
la espina salta del costado, el polvo del letargo se hace cierto.
Ahora me rindo al alado mutismo de mi insomnio:
a oscuras la memoria trasegando silogismos, desatinos doctrinales
de mis pesadillas, faena que vuelve sumisa mi porfía.
A oscuras llego a la sangre sumergida de los pájaros;
es tanto el desvelo, que se vuelven cárcel mis fantasmas.
A oscuras este gemido de la pena, barcos y trenes destrozados,
la claridad enterrada de mis sueños,
esta tortura que hace más grande la herida, prolongada
bufanda del escombro, atroz rincón de mis anhelos.
Casi a la medianoche, no conservo nada de este mundo: se ha ido
toda luz; y aparece, siempre, el afán de la herrumbre,
las Siete Cabritas a cuentagotas, la espiga muerta de la respiración.
Nada es más cierto que la semilla plantada de esta herida;
¡cuánto latido aletargado en los párpados, cuánto frío,
cuánta lengua en derredor de mi hospedaje, dientes oscuros
del alfabeto, mi propio firmamento.
Mi propia sed torva, a oscuras como un grito ensangrentado!)
Barataria, 04.VIII.2011
De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe
Saludo las mañanas desde dentro, cuando la guitarra del gallo emerge del patio con puertas y ventanas. Saludo ese blanco de los sueños haciéndose luz, recobrando los aleros del día; salvo la deshora, las faenas encienden los andamios del sabor, —vos y yo, apegados al fogón tibio del pecho, con las palabras necesarias para no curvar la boca, ni el pecho, ni la giba de la noche anterior. Son innumerables los párpados de los aleros; ayer nos hizo callar el luto, hoy crece el viento como una hilera de pájaros, desde los pies hasta las sienes: desde la casa a las aceras nos abriga la rama del pecho, la entraña íntima del aliento con su vívida flama. (Los viajantes siempre guardamos la almohada en la memoria; en la marcha abrimos las manos del entusiasmo, digamos que descubrimos el presente de las lámparas, la obra del apetito a profundidad.) En el fondo, escrutamos las palabras, el precio que tiene la piel para los almácigos, el fieltro de las luciérnagas en la conciencia. Digamos que un día puede hacer la diferencia: hoy todo es posible en los brazos.
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