El amor, el ser y el tiempo [Hector Pavon]
Manuel Cruz |
Por Hector Pavon
Es cierto que la imagen que nosotros tenemos es que el amor no ha sido un tema mayor en la filosofía. Pero no es verdad. Vas a los textos de Platón y ves que cuando se habla de amor se habla en pie de igualdad con el bien, la belleza, las leyes, la justicia. Creo que con la modernidad filosófica, se produce un corte en la historia de la filosofía, cuando se identifica el pensamiento con la racionalidad. Y, determinados registros de la experiencia humana, registros emotivos, sentimentales, etcétera, la propia sensibilidad estética, parece que pasan a ser temas no centrales. Entonces, ese es el momento en que el amor parece quedar relegado o expulsado y recogido por la literatura, la poesía. Pero es ese momento, antes no era así en absoluto. Y hay que decir que en el siglo XX, se produce una recuperación de toda esa esfera de la experiencia subjetiva para la filosofía con toda dignidad.
Cuando dos personas tienen una relación durante muchos años, tienen relación sus cuerpos. Cuando uno conoce a alguien desde que era niño, es capaz de ver el niño que había, en sus rasgos lo reconoce. Uno ve el cuerpo que hay ahora, pero ve también el que hubo, porque no ha desaparecido por completo, sigue ahí. Cuando uno ha tenido una relación con una persona durante muchísimo tiempo, supongamos que la deja de ver y la reencuentra, recuerda su olor, no es algo que imaginas, no es una proyección. Uno recuerda el olor y no recuerda un tacto de piel, recuerda las formas, obviamente que no son las mismas y han variado pero sobre una base, entonces hay un recuerdo corporal. Por eso digo que el cuerpo tiene memoria de otro cuerpo.
Son personas extremadamente lúcidas y conscientes de que hay un universo mental, cultural, que se está desmoronando. Casualmente, luego Lou entra en relación con Freud y eso está, vale decir, en los apuntes biográficos lo comento, hay algo que es cultural, que está en la época. A fines del siglo XIX hay importantes actores intelectuales que están haciendo un planteamiento absolutamente crítico de la modernidad heredada. En muchos aspectos, en el papel de la mujer, en el modo de entender las relaciones, en el sometimiento, romper con el sometimiento, aunque no se enuncie de esta manera, en el combate contra una visión patriarcal del mundo. Lo que es llamativo es la tensión que ellos tienen entre esa concepción del mundo, la que critican y la que están empezando a esbozar y las dificultades para trasladar esto a su relación. Ellos son dos personalidades que no dan el paso de la fase estética a la fase ética. La fase estética es la fase apresurada y casi grosera, uno ama por la satisfacción que obtiene amando y, en cierto modo, la otra persona es la ocasión para eso. La fase ética es el momento en que te empieza a importar el otro que ya no es sustituible, no sólo en el sentido sexual, sino también espiritual, uno llega a fundirse con el otro. Ahí no llega ninguno de los dos, son dos figuras con dos gestualidades muy poderosas, pero muy afirmativas, con unos egos muy poderosos. Claro, como son egos poderosos, cuando el otro les arroja su tormenta interior, lo que se desencadena es muchísimo, pero no es hacia el otro, es la enorme satisfacción de “Dios mío, qué cosas soy capaz de sentir, ¿qué me está pasando?” Es curioso que ambos se acusen de egoístas.
Yo tengo una cierta reserva de que realmente se amaran. Sí, por supuesto, se atraen, se entienden muy bien, hay mucho cariño entre ellos. Tengo la sensación de que terminaron atrapados en un modelo que en un momento propiciaron, que les gustó, que tuvo un gran éxito social y al que de alguna forma no querían renunciar. Encarnaban una pareja abierta, cada cual tenía sus aventuras por su lado, lo contaban todo. Eso a muchos les fascinaba, les deslumbraba. A muchos jóvenes en los 60 les hubiera encantado ser capaces de vivir como creían que vivían ellos. Cuando Simone de Beauvoir se enamora de Nelson Algren y cuando decide volver con Sartre no está desgarrada entre dos amores, está desgarrada entre el amor y otra forma de vida muy gratificante, pero por otras razones, no amorosas.
En una primera etapa hubo una relación, un idilio muy intenso, siendo ella estudiante y él un joven profesor pero de mucho éxito. Es un tipo de relación que no resulta difícil, una mujer joven, inteligente, alumna brillante y un profesor joven que aparecía como la gran esperanza blanca de la filosofía alemana, pero todavía no consagrado, para los dos resulta muy gratificante. Da la sensación que se involucra más ella que él. Heidegger me parece un personaje profundamente turbio, tiene mil amantes. En el caso de Heidegger, Arendt se pone en juego de una forma más intensa y Heidegger vive en un mundo muy acotado, dentro del cual él procura que haya mucha intensidad pero que sin embargo el mar nunca se mueva. En la segunda parte se ve muy claramente el interés que tiene, para ver si consigue que Arendt le traduzca Ser y tiempo en Estados Unidos. El vive mal el éxito intelectual de Hannah Arendt y ella lo constata. Dice, “siempre tenemos que estar hablando de tu obra, nunca de la mía”; ahí hay una heterogeneidad de formas de funcionar. Años después, el reencuentro tiene momentos muy extraños, ella tampoco sale muy bien parada. Ambos, tenían una dimensión de su experiencia, muy importante, sustancial, que era intelectual, ahí es donde se encontraban y eso es lo que hace que ninguno pueda renunciar al otro. Y ninguno de los dos tiene en sus parejas estables, por más estables que sean, esa relación.
Se equivocan quienes identifican el amor con la felicidad, con lo que se identifica el amor es con la intensidad y con la plenitud. Pero el amor implica necesariamente dolor, no cuando se termina, en sí mismo y no sólo porque el que ama sufre fabulando el fin del amor. No, en el amor no se puede dejar de sufrir. No es que no hay amor, es que uno se desarma por completo ante el otro. Estamos en una situación de completa vulnerabilidad, sino es otra cosa, nos ponemos en el camino de Simone de Beauvoir: tenemos una imagen de nosotros mismos, frente a alguien que, frente a su presunta persona amada, finge una forma de ser que no se corresponde con como es. El que ama se encuentra en una situación de absoluta vulnerabilidad y evidentemente, en la relación con el otro sufre, ha de sufrir. Necesariamente el conflicto tiene que estar y no puede dejar de estar, quien fantaseara otra cosa… se equivoca.
Claro. ¿Cuántas parejas no han llegado a consolidarse porque tenían miedo al amor? Heidegger tenía miedo al amor. Entre la seguridad del modo de vida institucional, que le garantizaba su mujer y la aventura del amor, el miedo del amor, Heidegger prefirió seguridad institucional. Por eso hay muchas renuncias al amor y por eso se cuentan tantas historias desgarradas de amores que se pierden; amores ante los que se ha retrocedido, que no se han atrevido a vivir.
Al llamarlo invención adquiere una dimensión de constructo cultural. Los antropólogos suelen decir, la naturaleza humana es la cultura, nuestro mundo es todo un constructo. Pero quizás un constructo no quiere decir que sea un mero artificio, una completa invención, quiere decir que, a los materiales reales, les hemos dado una forma y a esa forma la hemos interiorizado. Esa interiorización es lo que le da realidad.
Muchas, creo que el amor en esta sociedad es crecientemente disfuncional. El tipo de individuo funcional en esta sociedad es un individuo productivo y un individuo consumidor, eso es lo que funciona bien. En los extremos, no funciona bien, ni el depresivo ni el enamorado, porque, cada uno a su manera cree necesitar nada. El depresivo es alguien que no necesita nada, porque nada le importa, no tiene ningún interés en consumir nada y es profundamente improductivo, lo cual en esta sociedad es grave. Nota a pie de página, no deja de ser muy significativo el interés que hay últimamente hacia el problema de la depresión, antaño a los depresivos se los trataba con cierta displicencia, es gente que no tiene coraje, que busca excusas. En España se decía mucho, “yo os ponía a trabajar a todos y verías que rápidamente se les pasaban las tonterías”. Al enamorado, en el otro extremo, no es que no le importe nada, le importa una sola cosa, le importa la persona amada. Dicho de una forma exagerada, el enamorado, que se aplica la máxima contigo, pan y cebolla, es el peor consumidor posible, es el no consumidor. Entonces, lo que se requiere es alguien que desee un poco de todo, no que desee una sola cosa. El amor, claro, requiere su tiempo. Entonces, el problema es que, la inmediatez, la posibilidad de la inmediatez de la satisfacción, hace que pensemos que podemos cambiar los tiempos y que las cosas, en este caso el amor, puede tener otro tiempo distinto.
Fonte:
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/ManuelCruz-amor-tiempo_0_946705374.html
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