Ocho Minutos
Desde hacía
tiempo, el Hombre se sentía tenso y vigilante, sin saber por qué. Percibía algo oscuro en el aire, como un
presagio que se aproximaba por las noches y revoloteaba sobre su cabeza,
agitándolo. Al parecer, los demás nada notaban. En la vasta ciudad silenciosa,
los eficientes robots realizaban las tareas
indispensables bajo la tenue
luminosidad circundante. Ajenos a todo, sin pasado, dormían los demás humanos
en literas idénticas y en cuartos
semejantes. Hacía ya mucho tiempo que el ayer se había borrado de sus mentes y
de sus emociones.
El caso del
Hombre era realmente excepcional en muchos aspectos. Había nacido, como todos
los de su especie, de padre y madre desconocidos, a través de una combinación
genética programada, en los laboratorios situados al este de la Tierra de los
Volcanes. Allí, la calidad de la reproducción humana nunca había sido cuestionada… hasta que él
nació. El Hombre era una muestra acabada de que las fallas podían ocurrir en
ese mundo aparentemente tan predecible y seguro. En efecto, en aquellos tiempos
de nuestra historia, se necesitaban individuos que se ajustaran estrictamente a
los objetivos de los programas en marcha y él respondía precariamente a tales expectativas. Tal vez, durante la
manipulación de los genes que le dieron vida, se combinaron en niveles demasiado sutiles, que orillaban
peligrosamente un perfil y una sensibilidad que aquella sociedad quería
desterrar por completo. Tal vez los médicos estuvieron recombinando al borde de la mística y la imaginación
desbordante. Nunca se supo con certeza
el origen de la falla. Lo concreto fue el
resultado. Resultó un individuo con características altamente novedosas
y fuera de lugar, en un mundo encuadrado en férreas normas de comportamiento
racional, pragmático y eficiente.
El Hombre
se aburría en ese ámbito que le resultaba monótono y triste, exactamente igual
de monótono y triste que los de cualquier otra parte. Flotaba en todos lados (y
él lo percibía confusamente), la sensación de inutilidad y el desarraigo de la
vida. Considerado como una “falla” humana, se le permitía vagar libremente,
tildándolo en voz baja de loco. Aún así, todos lo consideraban un ser pleno de mansedumbre. Apenas se le exigían
algunas colaboraciones esporádicas en tareas de menor cuantía fuera del
complejo. Esta circunstancia había contribuido al desarrollo de sus singulares
meditaciones, sin mayores tropiezos. En
apariencia, era alguien como los demás pero había desarrollado la capacidad,
innata en él, de analizar críticamente
su medio, las actitudes, las falencias, las falacias, en todo lo que lo
rodeaba. Captaba el encierro de los demás hombres, aún sin que ellos mismos se dieran cuenta. Los veía transcurrir su existencia dentro de
un círculo de soledad y dolor, opacado su entendimiento por la ignorancia acerca de quiénes eran en realidad.
Porque les faltaba una dimensión a todos ellos que el Hombre oscuramente
intuía en su sensitivo cerebro. El
presente, reflexionaba, no puedo asirlo, ya que a medida que lo vivo va pasando
inexorablemente. Del futuro nada sé
concluía, salvo tener una proyección en
función de lo que ocurre hoy. Y luego recapacitaba que todo depende de un número tan enorme de
factores que es casi imposible predecir lo que vendrá. Entonces ¿Quién podría darle la comprensión
cabal de quién era? Tal vez, se dijo
para sus adentros, la clave del asunto esté en otra parte, en el pasado, del
que nada sabía, igual que los demás.
Para salir
de dudas, pidió y obtuvo permiso para
reorganizar los archivos del edificio denominado “Zona de documentación
reservada”. Era gris e imponente, ubicado en la Avenida Novena, a pocos metros
de la Plaza Mayor de Convocatorias. Al
penetrar en esa atmósfera enrarecida y
las salas donde reinaban el des cuido, la humedad y la desidia, percibió olores
que le eran vagamente familiares. Es que
las enormes carpetas con fotografías, los estantes cargados con libros
polvorientos y las cajas conteniendo viejas publicaciones de todo tipo, le
susurraban rumores de otras épocas, donde abundaban las bibliotecas, los aromas de café en mesas de estudiantes, las
tensiones por los exámenes, las confidencias y discusiones entre amigos, en
fin, cuando la vida reinaba. Cada búsqueda y cada encuentro, en los
meses que estuvo dedicado a dicha tarea,
le fueron despertando universos
dormidos, soñados, añorados, secretos…. Y la pregunta inevitable rondó
entonces por su cabeza ¿Qué había ocurrido para que los hombres olvidaran lo más propia de ellos, dejando de
lado la memoria y abandonando la búsqueda
de sí mismos y del sentido del mundo que los rodeaba?
Al parecer,
todo había comenzado a fines del siglo anterior, cuando los humanos dejaron de
preguntarse, cada vez en mayor número,
acerca de los porqués de la existencia.
Se habían convencido, casi sin darse
cuenta, que las respuestas a esas preguntas resultaban siempre muy fatigosas e inquietantes, y que
además no les aportaban soluciones prácticas
para el diario vivir. Así, poco a poco, los hombres cubrieron con un
manto de olvido a sus antepasados, a las tradiciones, a las costumbres y modos de otros tiempos, por considerarlos temas irrelevantes para su
vida presente. Al perderse el gran tesoro del pasado, los hombres se
ensimismaron en su hoy, en lo nuevo, en lo inmediato y fueron perdiendo la capacidad de comparar, de
soñar, de crear, de atender a perspectivas y ejemplos. En lo referente a las relaciones entre los
sexos, se concretó la tendencia insinuada en la centuria anterior. La pareja,
que conllevaba con su presencia las
responsabilidades y alegrías del hogar, los hijos, el amor, fue dejada de lado
por inoperante y riesgosa ante las enfermedades y la trasmisión de taras
hereditarias. Ahora, a fines del siglo
XXII, los nacimientos se programaban exclusivamente en asépticos y fríos
laboratorios, cuidadosamente controlados y en función de las necesidades laborales, económicas y políticas del
momento. Predominaba, como es natural, el requerimiento por el hombre común, el
hombre-masa. Ese que es indispensable como sustrato básico de las distintas agrupaciones humanas. Si
bien ya no cargaban ellos sobre sus espaldas con la obligación de trabajos manuales –gracias
al desarrollo de la robótica- cumplían, sin embargo, con un cúmulo de tareas
relativamente sencillas dentro de la
esfera que les competía y, por sobre todo, se procuraba mantenerlos en un nivel
de ignorancia supina , disimulada a través de los medios de comunicación
centralizados, con vagas alusiones retóricas a la igualdad del hombre, la
fraternidad planetaria y la nueva era que se avecinaba para la Humanidad. Cierto
era, reconoció el Hombre, que podía considerarse superada aquella frase “Ganarás
el pan con el sudor de tu frente” por los adelantos tecnológicos. La vida de
las personas se había extendido enormemente (110 años de edad promedio), pero
el Hombre se preguntaba si podía llamarse a esa duración “vivir” ó
“permanecer”. Su respuesta siempre apuntaba a lo segundo. Mientras hacía sus comparaciones, meditaba
sobre los otros individuos de la sociedad en que vivía. Había especialistas en
áreas de aplicación de conocimientos,
que poseían una gran capacidad de invención
práctica y estaban orientados
hacia la reconversión empírica de contenidos teóricos. Eran ellos los que ampliaban o mejoraban estructuras
altamente complejas como plataformas espaciales, instalación de colonias
extraterrestres, aplicación de productos químicos para delicados procesos
industriales avanzados y cosas por el estilo. Por encima de los nombrados,
constituyendo una superestructura , se encontraban los grandes científicos. Yo
debí ser uno de ellos, se dijo el Hombre para sus adentros. De cualquier modo,
ser un científico en ese momento no
implicaba tener una concepción unificada del ser humano y del universo.
El
científico del siglo XXII consideraba que su tarea consistía en ir despejando
las dudas sobre la naturaleza de las cosas, para el mejor y mayor control de un
mundo desacralizado, vacío de fuerzas primordiales que no pudieran explicarse
mediante el entendimiento, la razón y las investigaciones sistemáticas. Por
último e íntimamente relacionados con
ellos, se encontraban los políticos, quienes mediante discursos simples y escuetos, con hipérboles y
sofismas operativos, explicaban a la
población en ciertas ocasiones, las ventajas de vivir en un presente tan
prometedor, que había dejado atrás el
pesado lastre del pasado. Claro que evitaban señalar a los habitantes que su libre albedrío no podía ejercitarse en un mundo con tales características. Mostraron por doquier, cuáles
eran los parámetros adecuados para ser
individuos exitosos y ajustados a las exigencias de la sociedad actual.
Mientras que en otras épocas la aspiración era entrar “Al templo de la Gloria”,
a fines del siglo XX y sobre todo en el XXI, se incidió sobre el imaginario
colectivo para tener como meta entrar “Al Templo del éxito”. Los cúmulos de
información y persuasión fueron embotando el sentido estético, crítico y
ético y, especialmente, se produjo la
pérdida paulatina de la memoria histórica.
Ahora, todo
estaba racionalmente bajo control. A través de individuos de alta eficiencia
organizativa, colaborando estrechamente con los líderes de turno. Lamentablemente, ninguno de ellos podía dar
ya lo que no tenían, pues sufrían como todos el olvido del pasado. Por ello consideraron, con las limitaciones
que les imponía su entorno, que había que terminar con los resabios de los
viejos “mitos” que siempre habían alimentado la imaginación de la Humanidad.
Nada de religión que sólo sirvió, por lo que sabían, para provocar guerras
entre gentes de distintos credos, para aumentar la intolerancia y recrudecer
los resentimientos. Claro que olvidaron –reflexionó nuestro Hombre- que los
desacuerdos sobre la naturaleza de Dios, habían llevado a los humanos, pese a
todo, a intentar procesos de tolerancia que los habían enriquecido sobremanera.
Nada de Artes ni Música excelsas. Nada
de mensajeros de sonidos y colores de las altas esferas celestiales. Además de juzgarlas falsas, ese tipo de
expresiones tenían el inconveniente de provocar emoción en el público ¿Qué
podría hacerse en un mundo racional con
las emociones? Era algo totalmente inconducente. Nada de novelas, ensayos,
teatro, poesía… . ¿Para qué servían? Sólo eran exteriorizaciones escritas de
mundos ficticios, que confundían los pensamientos de la gente, y las conducían
a irrealidades que poco tenían que ver con el progreso continuo, al que uno
debe abocarse por completo. Apagados los
viejos mitos, ya estaba expedito el camino para la venturosa marcha de la Humanidad
hacia un destino mejor. Nuestro Hombre rastreaba todo el proceso con la lectura de viejos papeles, durante
largas horas de búsqueda en el desolado
archivo. Conoció el modo en que se fueron equilibrando, insensiblemente, las
diferencias entre lo bueno y lo malo,
entre lo noble y lo malvado. Conoció el ascenso y profundización
desmedida de la temible afirmación “El fin justifica los medios”. Así,
aparecieron diferentes explicaciones
según el ángulo de
observación de cada uno. Las conductas inmorales comenzaron a verse como “simpáticas”, “divertidas”,
“alegremente transgresoras”, en todas
las formas posibles de difusión. Libre ya de basamentos morales reconocibles,
la conciencia se adormeció entre ruidos, efectos especiales, violencia y juegos
de cámaras de TV. Como resultado de tal
estado de cosas, aparecieron conductas que se volvieron más indiferentes a la
cuestión moral. Después, no fue difícil para los políticos consolidar su
posición dominante, mediante discursos
que apuntaban a prometer progresos materiales antes que a defender principios
éticos, borrosamente comprendidos y raramente puestos en acción. Además, los gobiernos se preocuparon, eso sí,
por señalar las ventajas de una democracia de estas características,
dando muestras de viva simpatía por el pueblo bajo su administración. No podía
negarse, reconoció el Hombre, que los políticos
tenían la rara virtud de emitir palabras combinadas entre sí con una
ambigüedad admirable, para dar la sensación de que todo era posible y a la vez,
dejar todas las cosas como estaban. Fue allí donde nuestro héroe comprendió que
el cúmulo de esos hechos (y omisiones) contenía la explicación del error
humano, en el sentido más profundo y completo del concepto: equivocar el
camino, no haber asumido la responsabilidad y negarse a la libertad de pensar, de vivir, de soñar,
de ser personas en plenitud. ¡Pues claro, se dijo, la libertad no es un don
graciosamente otorgado por un poder cualquiera, sino que es necesario bregar para obtenerla,
conquistarla con esfuerzo, con las lágrimas a flor de los ojos desorbitados y,
sobre todo, no cejar jamás en el intento por obtenerla. Ante su mirada, se
reveló el cómo y el porqué de las
circunstancias que habían llevado a tal grado de deshumanización de la civilización presente. Esa convicción,
basada en el conocimiento de lo
ocurrido, lo abrumó más aún.
Entonces, huyó del Archivo y los recuerdos que despertaba. Era como
escapar del vientre materno, de la existencia social basada en el amor, la
ilusión y la fe. Desalentado
y sintiendo su total aislamiento de los demás, vagó, desesperado, por
las calles de la ciudad que ahora se le aparecía como fantasmagórica, como un
no-lugar.
Tan
conmocionado estaba, que tardó en darse cuenta del movimiento desacostumbrado
de gente que pasaba a su lado. Se
percató después que iban hacia el Centro
de Convocatorias, lo cual ocurría muy de tanto en tanto. Dirigió sus pasos hacia allí y se sorprendió sobremanera al ver al
Prefecto Mayor subido sobre un pequeño estrado, quien iba a dirigir
la palabra al público congregado en el lugar. Carraspeando por la falta de costumbre de
semejantes encuentros comunicacionales, explicó como pudo que, por la
utilización de ciertos productos
químicos de vanguardia, se había producido una opacidad manifiesta en la
atmósfera terrestre, que no permitiría por un tiempo el paso de los rayos solares.
Las autoridades esperaban, mejor dicho, no dudaban (un político no duda jamás),
que se trataba de un fenómeno temporario. Sin embargo, y para prevenir cualquier
eventualidad, se aconsejaba a la población que se recluyera en sus casas. Se le indicaba también proveerse de todo lo
necesario para el caso de una permanencia más prolongada de lo esperado, lo
cual era muy improbable, se apresuró a señalar el funcionario. Todos cumplieron
lo pedido al pie de la letra, dirigiéndose luego a sus respectivos
alojamientos. El Hombre, ante la extraña situación, meditó, filosóficamente,
que si tenía que quedarse encerrado por mucho tiempo, lo mejor era proveerse de
algunos libros del Archivo donde trabajaba. Provisto de los mismos, entró en su
habitación, se preparó una bebida caliente y sentado en su lecho, comenzó a
leer:
“Los hermanos sean
unidos,
porque esa es la ley
primera,
tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que
sea,
porque si entre ellos
pelean,
los devoran los de
afuera… “.
Leyó el
nombre del autor, José Hernández. El libro se llamaba Martín Fierro y se
refería a las andanzas de un gaucho que había vivido en el siglo XIX en la pampa húmeda donde antes se encontraba
la República Argentina. Encontró en esos
versos, bella y justamente expresados, sentimientos que eran el motor de sus
búsquedas, como el amor al prójimo, considerado como el Otro igual a mí. Y también halló en esas palabras la idea de
continuidad, de la permanencia a través de la cadena generacional de padres a
hijos, de hijos a nietos… . Cantaba allí un hombre que había sido engendrado
por amor y no por la manipulación en un frío y ascético laboratorio de
reproducción. Acostumbrado a la más
profunda soledad, unos golpes en la puerta lo sobresaltaron y lo sacaron de su
ensimismamiento. ¿Vendrían a llevarlo preso por haber retirado sin permiso
material del Archivo? Temblando, abrió con precaución la puerta, esperando ver
las caras adustas de los guardias de seguridad.
Estupefacto,
se encontró frente a sus vecinos del complejo. Se trataba de una presencia tan impensada que
por unos momentos no atinó a decir nada. Ellos le dijeron que querían conversar
con él, pues estaban angustiados por lo que había informado el Prefecto. Tenían
idea que el asunto era más grave de lo que parecía. Y como siempre lo habían
visto actuar sereno y reflexivo, querían oír de sus labios alguna frase
tranquilizadora. Por otra parte, algunos le confesaron que en ciertas ocasiones,
los comentarios del Hombre los habían
inquietado y llevado a pensar sobre la forma en que vivían, pero luego los
desechaban y seguían con su rutina acostumbrada. Al oírlos, los ojos del Hombre
se iluminaron. Se preguntó para sus adentros, si aún era posible intentar un
viraje de la clase de vida que hacían, desestructurarse, des - concretizar la
existencia, realizar juntos un objetivo común, aunque fueran unos pocos ¿Sería
posible lograr ese ideal con el que soñaba?
¿Aunar razón con imaginación,
mente con corazón, convicción con emoción…?
Exultante,
los hizo pasar a su estrecho hogar. Los ocho visitantes se sentaron como
pudieron. Entonces, el Hombre habló de todo lo perdido y lo que podría recuperarse
con el esfuerzo conjunto. Leyó pasajes de
grandes escritores y ensalzó a los poetas. Recitó unos versos dedicados a Heinse del poema titulado Pan y Vino:
Entretanto, a veces me
parece
que es mejor dormir que
vivir sin compañeros
y en constante espera…
……………………………………
¿Y para qué poetas en tiempos
de miseria?
Pero son, dices tú, como
los sacerdotes
del dios de las viñas
que erraban de tierra en
tierra
en la noche sagrada…”.
Afuera, el
sol se apagaba. Una a una, se oscurecían sus miríadas de esplendor, en esos
fatídicos ocho minutos que tardan los rayos del sol en llegar a la Tierra. Pero
en la pequeña habitación, resplandecía
la luz de una Humanidad recuperada.
Irene Mercedes Aguirre recibió el
Premio Santa Clara de Asís 2014
La Docente,
Investigadora y Escritora Irene Mercedes Aguirre recibió el Premio Santa Clara
de Asís 2014, y fue postulada por la Liga de Madres de Familia de la Diócesis
Avellaneda-Lanús. La entrega del Premio mencionado se realizó atendiendo a que
la nombrada es «Poseedora de un alto contenido moral, ético, intelectual y
profesional». Además se la califica como «Binomio de Paz y fraternidad mundial.
Fomenta los valores humanos y cristianos de la persona, de la familia y de la
sociedad. Es Embajadora Universal de la Paz, propuesta por el Círculo Universal
de la Paz- Suiza/Francia» y firma el documento la Presidenta de la Comisión
Nacional, Lidia Sarría de Elizalde.
El acto de
entrega de Premios tuvo lugar en el Marriot Plaza Hotel de la Ciudad de Buenos
Aires, y lo recibieron personalidades de los medios de comunicación, radio, TV,
programas infantiles, trayectorias en la música popular y clásica,
intelectuales y pensadores.
El común
denominador en las diversas categorías fue el modo de utilizar los medios de
comunicación como instrumento para educar, informar y comunicar a través de sus
distintas manifestaciones, expresó la titular de la Liga de Madres de Familia.
Los medios, en tal sentido «deben favorecer al conocimiento, al diálogo, sin
prejuicios ni desprecios entre los individuos, estando al servicio del
entendimiento libre de los pueblos, promoviendo la solidaridad, la verdad y la
unión de las familias, y no fomentando la violencia, por el contrario, deben
contribuir a difundir la paz tan necesaria en nuestra sociedad y en el mundo».
Irene Mercedes Aguirre
Todos os direitos autorais são reservados a autora
Um comentário
Hermoso cuento! Felicito a la escritora por tan bello relato y saludo a todo el equipo de esta revista online.
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