Freud. La cocaína.
Dios y el sexo
La cocaína
El año 1884 Freud, contando 28 de edad, quiso
probar, con el propósito de analizar sus efectos, una sustancia hasta este
momento apenas conocida. Como deseaba ver a la mujer con la que mantuvo cinco
años de noviazgo a distancia, a Marta Barnays -llevaba entonces dos años sin
verla-, futura madre de sus hijos, acabó a la brevedad posible su experimento y
presentó las conclusiones en un artículo presagiando
nuevas aplicaciones del alcaloide, como anestésico local (detalle no poca
entidad, que todavía se amputaban miembros a los soldados en el frente de
combate sin otra anestesia que un gran buche de ese aguardiente catalán,
ratafía*), entre otras. Esta pequeña mujer del gran hombre excitó en su marido
la más viva reacción de celos del siglo incurriendo en el sicalíptico desliz de
atarse una media en mitad de la calle. Alguna vez Freud habría de despacharse
en términos en que exhibe por ella, y no solo por ella, la más ardiente afición
del deliquio más exaltado: “¡Cuídate, mi amor! Cuando esté contigo te abrazaré
hasta ponerte colorada y te voy a hacer comer hasta que engordes. Y si no
quieres obedecer, ya verás quién es el más fuerte de los dos: si la tierna niña
que no quiere comer lo suficiente, o el fogoso caballero que tiene cocaína en
sus venas. En mi última crisis depresiva tomé coca, y una dosis mínima bastó
para ponerme a tono. En estos momentos estoy tratando de reunir cuanto se ha
escrito sobre esta mágica sustancia, con objeto de escribir un poema que
ensalce sus cualidades.” En términos no menos exaltados había hablado, antes de
irse a ver con Marta, a Carl Koller de su mágica
sustancia. Se había informado ya antes acerca de esta síntesis de las hojas
de una planta que en América los indios mastican para acometer sin desmayo las recias
tareas agrícolas y distraer el hambre, así que la quiso ensayar en afecciones
cardíacas y de esa fatiga nerviosa que exhiben durante su tratamiento los
morfinómanos.
Pero, ¡ay, Marta!, al volver de su viaje por motivos
puerilmente sentimentales, se encuentra con que Koller, en el Congreso de Oftalmología
de Heidelberg, ha ofrecido una conferencia exponiendo los resultados de sus
experimentos con la cocaína como anestésico local en ojos de animales, y que
será él, y no Freud, quien pase a la historia como el padre de este recurso de
tanto valor quirúrgico.
Pero Marta no tiene porque echarse cargos de
conciencia. Su galán, aludiendo al lance, no llegará apenas sino a “mostrar que
si no me hice célebre de joven fue por culpa de mi prometida (...) y “no guardo
rencor a mi prometida por la ocasión desperdiciada entonces.”
El doctor Freud experimenta en persona los efectos
de la maravillosa de que basta una vigésima parte de un gramo para pasar
instantáneamente de su mal humor más o menos corriente a la exultación y al
entusiasmo por el trabajo incluso, a la euforia física de quien se ha engullido
una buena comida con el mejor apetito, a pesar de llevar casi un día sin probar
bocado. Freud (Mauge) es el primer cocainómano de la historia.
Habiendo descubierto América, Freud corre a
feriarla. Se la da a Marta, vaya, para curarla de la anemia y así “darle color
a tus mejillas”, a sus hermanos, a todo el mundo. Precisa con ella no pasa como
con la gravosa morfina que genera dependencia. No existe el menor riesgo de
intoxicación.
Mientras tanto, en el equipo de Brucke su
desgraciados amigo, el doctor Ernst von Fliess está a punto de morir.
Este Fliess es un peculiar sujeto que ha llevado su
originalidad científica al punto de
construir una estructuradísima teoría apoyada en el comportamiento de la
nariz de sus enfermos. En efecto, dice haber notado que durante la menstruación
la mucosa nasal de las mujeres se hincha… y de aquí pasa a declarar que al universo
todo le viene la regla: la menstruación es apenas una muestra en nuestras
hembras de lo que le sucede al universo entero cada, no sé, ¿cada 28 días
quizá? Pasamos a otra cosa, ¿verdad? Sí, pero no sin antes hallarnos con que Freud
le había aconsejado que tomara cocaína para perder el hábito de la morfina (no
podía presentarse hábito a la mágica coca de los indios de América del Sur.)
Fliess (antes del menudeo en nuestras calles del
siglo XXI la pureza del producto era perfecta, ergo, el efecto muchísimo más tenaz), la tomaba a razón de un gramo
diario y “llegó al último grado de intoxicación, en que al enfermo le
sobrevienen síncopes y crisis de delirium
tremens.” Ignoro si murió debido a la cocaína que Freud “le hacía tomar.”
Freud ignoraba el inapreciable servicio que
prestaría alos carteles de la droga colombianos, y la cefalea que ocasionaría a
las autoridades y gobierno de los Estados Unidos. La recomendó a tantos médicos
que no solo en Alemania sino en Austria se proliferaron casos terminales de
intoxicación.
De modo que le tocó defenderse de la opinión
científica y de la pública arguyendo que no había ningún riesgo si, en lugar de
inyectársela, se la absorbía. Y es aquí donde entra en escena la presencia
inmarcesible de nuestro doctor Núñez. Y es que sépase que doña soledad Román de
Núñez, la esposa del autor de la centenarísima Constitución del 86 (1886),
ignorando los prejuicios morales y políticos que nos atenazarían a los
muchachos del S. XXI escribió una suerte
de opúsculo que tituló Los últimos días del doctor Núñez, en que dice textualmente
(la memoria no me falle) que el presidente de Colombia, algo senil, se
equivocaba y “en vez de verter las dos cucharaditas de azúcar a su tisana, se
las ponía de cocaína.” ¿Mató la cocaína al doctor Núñez, habida cuenta de las
importantes dosis que consumía?
Dios. El sexo
La afirmación aparecida en las publicaciones
científicas o en las conferencias médicas de que los recién nacidos sentían placer sexual al chupar el pecho de su madre, de que las niñas, aparentemente
tan modositas, sufrían por no tener un órgano sexual igual que el de los niños,
y de que el erotismo de los niños de tres años radicaba en el ano (…) El niño
advierte que sus sensaciones de cierto interés se producen ahora (después del
biberón. Leo) en las mucosas del ano, en el momento de evacuar las heces. Los
padres son los primeros en hacer desempeñar a las heces un importante papel en
la vida de sus niños, amenazando y castigando al niño cuando no lo ha hecho en su orinal, y felicitándolo
calurosa e incluso líricamente, si ha hecho
como es debido. (…) entonces comprenden los niños que al tocarse el ano tienen un medio de
enfrentarse a los adultos y hacerles sufrir, lo que constituye un fenómeno de
sadismo. (período sádico-anal. El estadio fálico, el del
órgano masculino erguido en su esplendor abarca
(Leo) el tercero, cuarto y quinto años de la infancia, las tensiones se
descargan en la masturbación, manipulación del pene o el clítoris. “El hombre
no es sino un pobre ser abandonado que llora por haber perdido el seno de su
madre” R. M. Un asesino acecha dentro de nosotros mismos, pues deseamos
sexualmente a nuestra madre y queremos sordamente darle muerte nuestro propio
padre (complejo de Edipo.) Y la religión es el mal resultante de esta neurosis
incestuosa; es una grave neurosis colectiva. Durante la Comunión, al recibir el
trocito de hostia, nos estamos zampando el cuerpo de un hombre, de Cristo, y
Cristo es el padre asesinado por la tribu ancestrar que se lo come para,
devorándole, asimilar su poder. Es el célebre tótem de la tribu, encarnación
del “macho Alfa” que se tomó el poder y a las mujeres (la madre) y que recibe
su merecido cada vez que vamos a misa y comulgamos. La Comunión es un ajuste de
cuentas que cobra una vieja deuda. Dios es ese carcamal de macho alfa. Muerto
Papá Dios, nos sobrecoge el miedo al vernos compelidos a luchar los unos contra
los otros. La rapiña.
Todo el
sistema freudiano se basa en la sexualidad.
Querer el biberón, a la propia mamá o querer estar
caliente, todo ello es erotismo “únicamente
existe una tendencia hacia el placer”. Freud emplea esa palabra para cuanto
contiene placer o desagrado. (…) Freud: “Pienso que los
niños están psíquicamente capacitados para desarrollar todas las actividades
sexuales. La sexualidad no comienza en la pubertad, como podría hacer pensar
una observación superficial)… Al final de
una conferencia de Freud para la Asociación de Psiquiatría y Neurología de
Viena, en el silencio mortal en que se sumió la sala, Krafft-Ebbing, presidente de la Asociación no
necesitó subir la voz para su comentario llegara hasta nuestros oídos (Leo)
Dijo: “Esto es un cuento de hadas científico.”
(la
sexualidad de Freud es distinta.- Leo) de lo que podemos llamar sexualidad
maldita que conocieron sus contemporáneos (Freud misma ejercía una sexualidad
maldita sobre Marta.)
Dice nuestro amor contemporáneo que en la Antigüedad
se valoraba el impulso sexual per se, se lo sublimaba y éste irradiaba
importancia sobre el objeto, mientras que nosotros nos enamoramos de alguien
(el objeto) y degradamos el sexo, que
es justo lo que nos ha llevado a esa persona, de modo que estamos cogiendo el
rábano por las hojas.
Mantiene que los homosexuales no son nada
singulares, como se las dan: el sicoanálisis revela que todos somos capaces de
tirarnos al otro o la otra del mismo sexo: “incluso cabe afirmar que los
sentimientos eróticos dirigidos hacia personas del mismo sexo tienen un papel
tan importante en la vida sicológica normal como los sentimientos para con el
sexo contrario”, dicho de otra manera, el doctor Roberto Gerlein y usted, señor
lector, son decididamente gays.
Como una tarde se detuvieran a almorzar en un hotel
de Bremen, donde habían sido hallados fósiles prehistóricos en muy buen estado,
y notando Freud éste asunto era comentado especialmente por Jung, de repente el
infeliz se nos desmayó. Una vez vuelto en sí explicó que se había desvanecido
porque, analizado sicoanalíticamente, Jung, “su hijo y heredero”, al hablar de los fósiles lo que delataba era
que le deseaba él la muerte.
“Me extraña no haber caído en la cuenta de la
extraordinaria ayuda que el método psicoanalítico puede aportar para la
curación de las almas; pero supongo que es porque como soy un maldito hereje
todo ese problema me es ajeno.”
El final. Luego de dieciséis años de insomnes
cuidados por parte de Anna Freud, su hija, que veló al enfermo penosa,
dolorosamente aquejado de un cáncer de boca; luego de unas treinta operaciones
por esta causa, le doctor Freud, judío azuzado por los perros del nazismo, pide
a su médico el doctor Schur que cumpla su promesa: “el doctor Schur saca una
jeringuilla del estuche y la llena con una dosis de morfina suficiente para
acabar con el último soplo de vida.” Es el 23 de septiembre de 1939. Había
nacido en un ciudad del gran imperio de los imperios de Europa, Austria, en
mayo de 1856. Es Sigmund Freud uno de los hombres más entrañables e influyentes
de la ciencia del alma humana y de la cultura de los hombres hasta hoy.
*No puedo dejar de reconocer mi deuda y expresar mi
agradecimiento a Roger Mauge ─ a Mauge no le interesaba la especie humana, dice
el prólogo de Jean Farran─ cuyo Freud (traducción de Luis Orta para Bruguera,
con pie de imprenta en Barcelona, 1974) he visto para mi humilde acercamiento
ensayístico a tan enorme personaje.
Leo Castillo. Poeta Colombiano. Ha publicado los siguientes
libros: Convite (Cuentos); Historia de un hombrecito que vendía palabras
(Fábula ilustrada); El otro huésped (Poesía); Al alimón Caribe (Cuentos con
Ricardo Vélez Pareja); De la acera y sus aceros (Poesía); Labor de taracea
(Novela); A la altura de tus heridas (Poesía-en la Red); Libro de mal amor
(Poesía-en la Red). Ha, también, publicado textos diversos, ensayos,
traducciones, reseñas en Huellas (Universidad del Norte); La Plaza (Cartagena
de Indias); El Universal (Cartagena de Indias); El Heraldo (Barranquilla);
Diario del Caribe (Deasaparecido); Viacuarenta (Biblioteca Piloto del Caribe,
Barranquilla); La Casa de Asterión (en la Red); Poetas del Mundo (ídem);
MediIsla; Imaginería (revista bajo su dirección http://imagineriabruja.blogspot.com).
2 comentários
Muy buen ensayo Leo.
Muchas gracias.
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