Memoria, exilio y cultura pop confluyen en “Ella cantaba (en tono menor)”, del escritor Antonio Santa Ana.
Por Carolina Tosi
Antonio Santa Ana ya tiene en su haber varias novelas juveniles y una de ellas, Los ojos del perro siberiano , ha alcanzado un éxito arrasador y se ha transformado en un auténtico best-séller, que lleva vendidos más de 400 mil ejemplares. No hay dudas de que el autor tiene oficio y cuenta con el talento y la sensibilidad para convocar a los adolescentes que, como es sabido, suelen conformar un público exigente y hasta a veces reticente. Santa Ana sabe elegir los temas, sabe modelar personajes, sabe cómo contar historias. Su último libro lo confirma: Ella cantaba (en tono menor) es una novela que tiene como protagonista a Pablo, un chico que está terminando el colegio y que, junto a sus amigos Diego y Francisco, arma una banda de rock, llamada “La Cofradía”, en homenaje a la de la Flor Solar. La vida de Pablo cambia por completo, como le suele ocurrir a un adolescente cuando se enamora al conocer a Guadalupe, una joven que es hija de exiliados, que acaba de llegar de México.
Memoria y el exilio confluyen en los personajes. Por un lado, cada 24 de Marzo, Diego se hace presente en la Plaza de Mayo en la fecha del aniversario del golpe militar del 76 y de esta forma se revitaliza el tópico de los desaparecidos y la defensa de los derechos humanos. Por otro lado, la familia de Guadalupe vivió dos tipos de exilio: primero el político en 1976 –en 1984, a causa del advenimiento de la democracia, regresa a la Argentina– y luego el económico –parte nuevamente a México, impulsada por la crisis de 2001–; pero es Guadalupe quien sufre la escisión porque no puede dejar de sentirse extranjera en cualquiera de los dos países.
Lejos de la pretensión de conformar un texto lineal y monódico, la novela se configura sobre la base de la fragmentación narrativa. En efecto, la historia se organiza en capítulos escritos en tercera persona intercalados con las páginas de diarios íntimos de los protagonistas. Particularmente, la escritura confesional tiene un efecto potente: un mismo hecho es contado por Pablo, en su cuaderno, y por Guadalupe, en su diario. Lo que se obtiene son dos sucesos prácticamente diferentes, construidos por percepciones contrapuestas y hasta antagónicas.
Santa Ana nunca subestima al lector. Constantemente evoca otros discursos y se refiere a diversos espacios urbanos, musicales y literarios que se van perfilando como lazos de identidad. En este sentido, la intertextualidad termina siendo un recurso que atraviesa la trama y amalgama los capítulos: desde las referencias musicales a Spinetta, Dylan o Waits, hasta las literarias a Salinger o Tuñón.
En Ella cantaba (en tono menor) , no hay héroes ni máximas a seguir; los personajes tienen familias disfuncionales, sufren amores contrariados, dudan, se equivocan, no saben cómo actuar. Y quizás en esa incertidumbre, en esa imperfección, en esas zonas ambiguas, el lector se sienta seguro y simplemente se lance a disfrutar, con los acordes de su propia melodía.
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