Sobre la muerte
de los poetas
Cuando un poeta muere la palabra cobra
otro significado, deja de ser parte de alguien y recobra su independencia —pese
al dolor del gremio literario, pese al dolor de nosotros los lectores que vemos
partir a poetas de gran talla que pensamos podrían dar más poesía—; las
palabras hechas poema, el poema diciéndose y diciendo en el mismo instante de
pronto se encuentra libre, va y viene sin autor: está hecho, toda la poesía
contenida en el poeta que se ha marchado de la vida corpórea, se extiende y
tiende lazos –incluso mucho más fuertes y sustanciales que al estar “vivo”—,
construye por sí misma los vínculos necesarios que originan la conversación, el
diálogo, poético: toda la poesía del poeta lo reconstruye, hace de él una multiplicidad
de imágenes, de recuerdos propios y ajenos que no lo dejarán morir nunca.
El poeta que nos deja recurre
consciente o inconscientemente a la poesía para encontrar en ella la
inmortalidad de la palabra junto con él mismo; no busca en todo caso el
recuerdo de su nombre sino de un poema, verso, estrofa en la que haya tocado la
eternidad, y en ésta al lector que, gracias a ese encuentro, con suerte, creará
más poesía oral o escrita, individual o colectiva con diversos fines, la más
elevada, aquella desinteresada que servirá para llenar vacíos.
Al poeta no se le llora ni se le
extraña, porque su poesía sigue latente y no para nunca de expresarse, aun si
se llegara a pensar que los años son tantos que se dude si los versos pueden
soportar el peso de éstos. Por la muerte de los poetas puede sentirse un
sentimiento de abandono, de orfandad, pero será pasajero pues el mismo impulso
de la muerte terrenal del poeta, será suficiente para ir de nuevo a su poesía y
conversar con él de forma más pura. Allí, el poeta vive gracias a su poesía
que, en total libertad, hará de hijo agradecido, haciendo recordar a su padre
creador en cada verso, agradeciéndole al poeta su existencia al dejarse leer,
descifrarse, por el lector que sentirá cada vez menos la pérdida del autor.
José Emilio Pacheco y Juan Gelman, y
los poetas que han dejado este plano biológico este mes de enero, siguen dando
voz desde el silencio.
Juan Mireles - Escritor (Estado de México,
1984) y director editor de la revista literaria independiente Monolito
(México). Ha sido publicado en la revista española Palabras Diversas
(España), Letralia (Venezuela). Cronopio (Colombia), Cuadrivio
(México), Punto en línea (UNAM.
México), Radiador Magazine (México). Revista
Biografía (Brasil), Cinosargo (Chile), La ira de Morfeo
(Chile-Argentina); Agrupación Puerta Abierta Chile-México. Letras de
parnaso (España), Nagari (EUA), Los sábados, las prostitutas
madrugan mucho para estar dispuestas (España). Almiar (España). Suicidas
sub 21 (Perú); suplemento cultural La Jirafa del Diario Regional de
Zapotlán, Jalisco. La pluma afilada (España). Prologó el libro Job
aterdio del escritor español Javier Sachez. Editorial Seleer. España. 2012.
Participó con el ensayo “La violencia como producto de la sociedad” en el
Segundo Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, simultáneo Colima. Formó
parte del jurado del I Premio palabra sobre palabra de poesía. Blog personal: http://wwwjuanmireles.blogspot.mx/
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