La plenitud de la felicidad
La presión de la sociedad
en la que vivimos ordena a nuestro cerebro a pensar siempre que los problemas
son parte esencial de nuestras vidas y nos obliga a desenvolvernos con la tortura, con atribulaciones de no tener una paz interior que nos permita
ser felices y alegres. Sin saber que la naturaleza nos ha dotado a cada uno de
nosotros de la capacidad necesaria para
derribarlos de una manera simple
y rápida esas barreras anímicas, verdaderos obstáculos síquicos que limitan o
invalidan nuestra innata aptitud para resolverlos.
Ermenson reflexionaba: “la
vida consiste en lo que un humano piensa todo el día”. Si piensas en el éxito,
creas un clima espiritual que posibilita el éxito. Si piensas en el fracaso, ya
estás a dos dedos de él. Puesto estos grilletes intelectuales no se tiene
existencia tangible, es preciso tratar de suprimirlos por medios puramente
espirituales. Por eso es por lo que, para obtener ese resultado, me valgo de
aquellos principios universales, cuya aplicación aliviado
y curado, a través de las edades a miles de generaciones. Son cuatro los
principios y temibles enemigos de nuestra paz interior, y que es, casi siempre,
uno de ellos el que proyecta su ominosa sombra en el ánimo conturbado por algún
problema.
La falta de confianza en
uno mismo. Allí es importante desplegar
todas las fortalezas y el valor, y el mejor modo de resolver los conflictos
propios consiste en ayudar al prójimo a zanjar los suyos. Allí al ser útil se potencializará el esfuerzo y la constancia en creer que tu
eres todo y puedes resolver todo, así calará hondo en tus rincones
crepusculares del espíritu, de donde con
lentitud pero con certeza expulsarás a la desconfianza en sí mismo. No siempre
resulta fácil. En este mundo no hay cosa más difícil que cambiar de modo de
pensar, pero es posible. Lo sé porque
hemos visto a muchos triunfar en esta ardua empresa.
El resentimiento. Muchos
son los mensajes que recibo en mi página electrónica donde publico estos
temas. Donde las personas se muestran convencidas de que el autor de
sus males es otra persona y allí la
ebullición produce el hervor de un cólera reprimido. Ese resentimiento que
clama por desahogarse hace mucho daño a la persona que lo alimenta que a la que
le sirve de objeto o pábulo. Esa carga de malquerencia agota las energías del
más fuerte. Impide toda comunicación conciliadora. Es algo muy difícil de
conseguir neutralizar los sentimientos,
hay que estar en un plano elevado para lograrlo y olvidarlo. No hay más que un
remedio para el resentimiento: el perdón. Algunas veces nos puede tomar mucho
tiempo perdonar porque hay que
reforzar los esfuerzos fallidos
de eliminar este veneno.
Culpa y remordimiento. Un
remordimiento oculto o embozado, no se desvanece por sí solo. se nos clava en
la conciencia llenándola de angustia y temor. El único medio de librarnos de
este terrible huésped es arrepentirnos sinceramente de la culpa cometida, hacer
propósito firme de enmienda, ofrecer excusas y reparar, hasta donde sea
posible, el perjuicio inferido, si lo hubo, y solicitar directa o
indirectamente el perdón de la persona ofendida.
En conclusión todos
debemos cambiar todo el tiempo por nuestra propia convicción sin tratar de
cambiar a los demás para poder ser feliz. En lugar de eso, debemos enfocar para
apreciar a la gente que nos rodea. Si queremos encontrar la verdadera plenitud
de la felicidad, tenemos que dejar de depender de aquello que no nos puede dar
satisfacciones positivas que alegren el alma, tomando en cuenta que todo lo que
nos rodea cambia constantemente.
Cuando dejamos ir la
necesidad de controlar y empezamos a encontrar la felicidad adentro, podremos
disfrutar de la naturaleza inesperada de la vida, libre de temor y llena de
amor.
VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA-
El estar o no de acuerdo con los contenidos de mis escritos, no hará
que cambie tu vida. Porque cuando leas solo añadirás más conocimientos.
Lo importante es que cuando leas te conviertas en tu propio Maestro, ya
que eres libre de interpretarlo y asimilarlo a tu vida.
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