Lucía Estrada [Poeta Colombiana]
LUCÍA ESTRADA - Medellín, Colombia, 1980.
El aire se abrió lentamente con el sonido de las campanas,
y en los cuartos, cada cosa ocupó su lugar y su nombre.
Todo era posible bajo esa luz de invierno en la que
señalaste un jardín cerrado,
un estanque vacío esperando por mis ojos. Era preciso
mirarlo con atención antes de que se diluyera en la sombra.
Estábamos inmersos en el paisaje, y las voces del jardín
venían desde adentro,
y las formas encontraban entre sí su correspondencia.
Algo dijiste del vacío, y a lo lejos,
la fuente brilló en su penumbra.
Esto es lo que soñamos. Hundirnos en la transparencia
y en el movimiento de la luz. Ella recorre paciente
lo que para nosotros ha perdido su misterio. Aquí
están todas las cosas recién descubiertas,
y el mundo, cada vez más pleno de sí mismo,
cada vez más verdadero.
Puedo escuchar el rumor de las puertas que se abren
para conducirnos a otro silencio, y cómo cavamos en él
aunque las cuerdas de la voz se hayan debilitado.
El estanque se cubrirá de agua. Puedo presentirla.
Es oscura y asciende hasta tus ojos llenándote de extrañeza.
Pero delante de ti nada perderá su claridad.
Deja que tu corazón entable cercanía con la muerte,
que allí también encontrarás presencias luminosas.
Será entonces como si nunca
te hubieras apartado del camino: "El resistir lo es todo".
¿Quién me habla con las voces del viento?
¿Quién a través del polvo, bajo la herrumbre,
en la fría superficie de las cosas?
Todo cuanto he olvidado se resiste a la muerte
y abre con suavidad los pliegues del aire para rozarme
con sus dedos.
¿Qué silencio me rescata en esa orilla?
¿Qué pequeño aguijón me descubre lo invisible?
Secreto laberinto que despierta en la palma de la mano.
Ahora que tu cuerpo se dispone a cruzar la frontera
más solitaria, dime:
¿a qué grito, a qué palabra te aferras?
¿Qué silencio abres en la semilla que mañana
será tu sustento?
Las piedras que guardas en tu memoria
son las ruinas de un altar construido
para que alguien más ofreciera en él su corazón.
Pero ya nadie se detiene bajo los árboles
que se han despojado de su sombra.
Sin amor, el paisaje incierto de otras tierras
los arrebata definitivamente de nosotros.
Queda entonces el vacío donde resuenan mejor
nuestros pasos,
oscuro rumor que nos obliga a permanecer despiertos.
Quién vigila más allá de ti mismo el movimiento
de tu sangre?
Cada noche te prepara un abismo
en el que te dejas caer sin espanto
pues en ti llevas tu lámpara,
esa que también te ha descubierto la intemperie
y el esquivo secreto de su nombre.
Un canto de sirenas te guía en el blanco laberinto de la rosa.
¿En qué antiguo reino se apoya tu mirada?
Todas las voces están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se asisten, se acompañan.
Ahí está el misterio. El que no podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las manos,
esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al mismo tiempo.
Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera gritar
y no puede.
El deseo nos rescata del abismo,
pero también se yergue lo que no admite consuelo.
Palabras como pájaros en la soledad del aire.
Nos han dejado verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche grave y espesa.
No en la superficie,
no en el fondo,
entre los pliegues.
Y allí soñamos las formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales y fuego
en su primera altura.
Pero hay un arriba y un abajo, decimos,
y somos parte del secreto.
Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las columnas y el corazón único
de ambos reinos.
***
Toco la densidad del aire,
barco de niebla en el que viaja mi deseo.
Cada noche,
la vieja canción perfora el oído
y un viento cálido lo envuelve.
Son mis palabras
las voces del marinero:
- ¡Anclad, romped la quilla del barco!
¡Esta es la noche que no pudimos
llevar sobre los hombros!
¡A lo profundo,
a lo profundo!
¡Nuestro viaje es vertical!
La verdadera lejanía
espera en el propio corazón.
Lucía Estrada
Todos os direitos autorais são reservados a autora.
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