Julio Vulcano - [Poeta Mexicano]
I
Es la vida el recordarte
en la noche más tranquila,
en la paz que se deshila,
paso a péndulo en el arte.
Sombra aquí y en otra parte
sin cirial... Así, Cirila,
que en tu voz de luz perfila
la virtud del desandarte.
En la estera me destilo,
dulce amor de mi pabilo
y, descalzo en la pendiente,
Ipso facto me levanto;
con murmullo, con mi canto
voy abrupto, voy silente.
II
Mi alma noble te suspira,
desatiende el desacuerdo,
no de loco ni de cuerdo,
no de muerto por la pira;
Sino vate por la lira
que has dejado en punto lerdo,
un amor que incito y pierdo
en tu luz que se retira
Que mi acorde está muy triste
y en arpegios te persiste;
nota en blues levanta en vilo
la quietud de una falacia.
No la dejes sorda y lacia
en la plana de un sigilo.
III
Si de mar te vi vestida
a la pos del embeleso,
por tu azul me desperezo
y en celeste voy por vida.
Vi tu sol en despedida
y tu pelo ir travieso,
un destello de tu beso
anudó mi luna hendida.
Si por aras de tus ojos
me levanto en los abrojos
de una bruma subyacente,
a lo lejos te contemplo
siempre azul de mar complejo;
sueño, al fin, de adolescente.
IV
Mi pequeña en la memoria,
en el tiempo y las esferas;
juvenil ensueño eras,
bella joven ilusoria.
El mirarte era euforia,
era encanto de las Eras.
Te volviste en mis quimeras
rico fruto de la historia.
Por mi bien, por mi mal, fuiste
la razón que aún existe:
tu presencia o tu ausencia.
Hoy rebasas los confines
y en el cielo me defines,
luz y sombra, la existencia.
Y SIN EMBARGO...
I
También los cocodrilos comen,
y los buitres consumen su carroña.
Si el sol alumbra demasiado
puede cegar el pensamiento.
Es mejor una estrella en gargantilla
que una diadema de soles muertos.
Si el viento estelar sembró vida,
más vida le dio a la conciencia.
No está sola la luz de la locura
ni loca la esperanza solitaria.
Tengo sed de miel de ninfa
y mi ánfora se harta de metáforas.
La falacia es yuxtapuesta
y el caos me nutre el poema.
Un cadáver se cubre de frío
y entonces entiendo su idioma.
Los gusanos disfrutan la fiesta
y defecan la luz de las flores.
Alguien siega la vida del profeta;
y su razón aplasta al verdugo.
No todo es misericordia barata
en el patio del vecino con lujo.
No quiere un castillo en el aire,
lo construye sobre los muertos.
En la penumbra del universo
pulsa su erotismo la estrella.
Se ha enredado en el cuello
una serpiente la incertidumbre.
II
También el olvido enseña,
ensancha el conocimiento,
le da fe y razón a la derrota;
no al vencido que se aleja
y se envuelve de penumbras,
para ignorar la faz nocturna,
porque no conoce la luz negra,
la que tiende transparencias,
la que germina seres luminosos,
la que revienta en la coraza
de los seres implacables,
la que nace de la materia
y en la antimateria se consume.
No es cierto que alguien tenga
la verdad absoluta del mundo,
pues ni ha recorrido senderos
ni comprende la idea humana,
ni lleva la virtud de los soles,
ni la única existencia misma.
Puedo estar en un error conmigo,
pero es un error no reconocerlo.
III
También existe el paquidermo,
pero el marfil es más valioso.
Una sombra se mueve con sigilo
y la otra cruza de súbito,
¿cuál de las dos no se nota
en la tela de la certidumbre?
Quizá desaparezca del sistema,
¿A quién interesan mis razones?
Soy y estoy de nuevo conmigo,
y de nuevo me levanto y me elevo,
y crepito y estallo en mil colores.
¿A quién le importa si existo?
Emerjo de las arenas movedizas
y me baño con líquido de estrellas,
la ronda de luces en mi entorno
hace un coro de blues y despedida.
Me alejo del mundo inerme,
pero no para escapar del hastío,
para hacer con hojarasca de otoño
música de cosmos y espíritu.
IV
Igual es negra el alma espesa
que el vacío sonoro del espacio,
es gélido el hedor del fango
y fría la interminable nada,
criogenético capullo del siglo,
sigla que me arrastra al subsuelo.
Hay verdor de amor en el musgo,
plancton que consume mis horas;
con ellas se marchita la idea,
mas la fe pulsa en mis neuronas;
la memoria no es un lastre ebrio,
es el zumo de la misma historia;
si perdí la tristeza y la alegría
en el vaso de un vino candoroso,
encontré el placer de la existencia
en la primera molécula del tacto.
También de asfixia se canta,
si se vive de halógenos y lira
en el dédalo de la locura
V
También la nostalgias es canto,
cuando una mujer se mezcla
con sol, gas y polvos siderales.
El sabor de la piel es distante
a través de un cosmos giratorio.
Entonces es vano el deseo
en la lengua de la iguana celeste.
El acorde de arcoiris se eriza
y punza en la tez de la tristeza.
¿Qué diafragma infla el eco
que no se mece con la duda
ni se torna innecesario?...
Inéscesario, cercano al alma.
Cuánta falta me hace el ocaso,
la pulpa del cariño en Urawa,
el color entrañable del alivio,
el “sí” que musita tu consuelo
en la red de mi aliento silente.
Aquí estoy, contando las sombras
en la noche de la luna incierta,
barajando los ases de otra lira,
de otra razón sin esperanza.
VI
También la sed se hace llaga
en el alma, en la voz, la poesía,
se hace suicidio del sueño
en la transpiración del aullido.
Bebo sangre de luna y caos
en el labio de una copa nocturna.
Duele la cicatriz que se remueve,
igual la herida cotidiana,
VII
Sin embargo, me hundo
en el diapasón del viento,
en el espacio de arena
que me absorbe y colapsa
la última idea inestable.
Luigie enciende la alegría
y disipa la nube del silencio,
es amiga de la transparencia
y certera luz de la certidumbre.
Es hora de partir al vacío,
dejar la memoria en blanco
o iniciar el retorno al negro.
LUNÁTICO
Melancólico, derramo el ocaso,
lo hago violeta y bermellón,
transparente hojarasca,
nido de pléyades agónicas
donde afluyen las sombras;
quizá tú o tu divina persistencia.
Los espejos en el horizonte
tienen tu mirada seductora;
el llanto de una despedida,
el amor que se prolonga
de tu vergel de alegrías
a mi laguna de estrellas;
y pensar que tú eres la galaxia.
Hay un jardín que recuerda mi canto
y la armonía de tu risa;
hay un ruiseñor que mitiga tu tristeza
y un colibrí que traga mi vorágine;
hay un blues que dejó Nietzsche,
con tu mano en mi barbilla
y un beso desbocado muchas veces.
Libero el fín del día,
bañado de golondrinas y palomas,
algunas nubes esculpidas
en lo alto de tu historia,
monumento sideral en la distancia
donde se encuentra el fulgor
de tu silueta, de tu eco.
Cargo con mi costal de pentagramas
y hago un ramo de poetas viscerales.
Me pongo la máscara de Stanislavski
y pinto arcoiris en las heces
que dejó Giovanni Papini en la sed.
Quizás amaste a Paganini en mi alma
o al giróvago que cuenta historias
épicas, anacrónicas, fantásticas;
quizás adoraste al héroe confuso,
con la cabeza entre los pies;
un Picasso sin pincel, un Dalí,
con su sarcasmo en las puntas
de su onírico bigote.
Abriste el fruto de Remedios Varo
en el pistilo de mi lengua;
después de todo, que bueno,
una supernova nos unió
con sus brazos en el bosque;
besamos el licor del cielo,
entre notas alegres y caricias.
Morrison jugaba con nosotros;
los jinetes nos miraban.
Eran Don Quijote y Dulcinea
en un espejo de la sala,
donde aún vibran tus labios.
Virginie Rose levantó a Kafka
que se dolía en mis entrañas.
Beethoven escuchó mi canto de lira,
esta luz que deliró Omar Khayyám,
esta embriaguez que nació de tu boca.
Ya sabrá Sabines de mi locura,
Erasmo de Rótterdam y el indigente
que devora mi poema en la mirada.
¿Qué más puedo esperar
en esta asfixia sin retorno,
en que Porfirio arroja mis letras
al sanitario después de beberlas
y me deja al pie de un poste,
para orinar con tinta de universo
mis viñetas de mermelada hemofílica?
Cómo me hacen falta los ancestros
de Kuitlauak, su filosofía antigua.
¡Que la constelación del jaguar y el Jade
iluminen la oscura dimensión de mi magia!
Lountremont abandonó la razón
en el cofre espiritual del hambriento,
en el esquizofrénico que se arrastra
demente en la mente de Vulcano.
Ser voz en el vértice inestable
que abre la piel del planeta,
esa biósfera que contó Nezahualcóyotl,
cuando atrapó flores para adornar
sus mariposas, sus luciérnagas;
mientras daba a beber poesía
a su pueblo sediento de sapiencia.
Desabrochó el atardecer de mi espera,
de mi agonizante esperanza,
ya fugitiva, ya extraviada
detrás de la membrana del tiempo,
ese impulso gravitatorio
que me provocó Stephen Hawking.
Me encuentro del otro lado
del hoyo negro que me transforma
en átomo de otra molécula,
electrones para otra ionización,
que ni Einstein puede evitar.
Cargo mi caja de estrofas.
Inés, me orillaste al culto de ti,
pues Hermann Hesse no pudo
con mi espíritu escéptico, atómico;
y sin embargo palpita en mi tórax,
justo en el centro del entusiasmo
y en la sombra de tu existencia,
en el acorde perfecto de tus brazos
y mis dedos de molusco.
Mientras, Sastre derrama el deseo
y dibuja en el paraje de Camus
mi cielo de violeta y bermellón.
¿Qué más hay en las voces de nube,
que levantan mi rostro de niebla?
César intentó disipar los fantasmas
que aún danzan en la fiebre
y durmió al pequeño Antoine
en el interior de un verso.
Con sapiencia trepidante,
Maria Luisa, escultora de genios,
irrumpió en forma espontánea
y construyó con su espada
el fín del pensamiento de humo;
ya no el cigarro, sino el café
que dialoga con Beto Vargas
y su carcajada que reanima
al paralítico mental del ju-ego.
Me yergo antes de caer el astro,
al borde de tu estructura;
mientras mi otro yo etéreo,
formado con hormonas femeninas,
playas que palparon mis sentidos
ahora busca, lunático,
la transparencia de tu cuerpo.
Hago un silencio cósmico,
la uña lunar anuncia
que la cobijas de soles ha llegado
para entibiar un nuevo sueño.
CANGREJO
Corren las violetas
bajo las sombras de los árboles,
es tiempo del camaleón
en la hoja de la estrella,
ipso facto el... cangrejo.
Vienen a mi mente Medusa
los seres transparentes,
juegan el polen de mi espera.
EN ESPERA DEL DESTINO
Estaciono la letra
en la playa del cosmos,
éxtasis ideológico
en la pulpa del árbol,
que abriga mi ensueño.
Carcomo el deseo
en segundos de música,
quizá la tortura del reloj
o el aire que abofetea,
a falta de la caricia
que no ha percibido
mi labio petrificado.
El ánima escapa
con mi segundo cigarro,
quizá es el estigma
que carga mi espíritu,
bólido en café caliente,
asciende paulatino
y dibuja tu alegría.
Sé que un minuto
no es suficiente espera,
en diáfano dialecto
del silencio conmigo,
razón en que floreces,
pomposa, fructífera,
en cada nota pentatónica.
Ya no araño el espacio,
pues éste se comprime,
hoyo negro en el vacío,
construcción estupefacta.
Divago armonías venideras
en el fondo de mi abismo,
avieso de famélicas ideas,
sé bien que al final del sino
se haya la linterna del caos.
No habrá planeta que libere
sus alas cuando tú aparezcas,
en este sistema de humanos.
Se extenderán mis raíces
sobre esta mesa cómplice,
y, de sus semillas, brotarán
flores que nutran la milpa
que dejaste sin nubes,
sin besos, sin jacarandas.
Con la brisa se forjará fruto,
porque espero con ansia
la llegada del cariño,
del amor que se asoma
en la nitidez de la caricia,
brillará la nota en sangre
henchida de acordes,
y sentiré la estactita
en la duna de mi tórax.
Mi sentimiento atómico
brotará de las entrañas
y la luz de una sonrisa
alumbrará mis horizontes,
mis sentidos de penumbra;
emergeré en poesía líquida,
y eclipsaré la altura del sol,
hoy que falta tu universo,
en mi sueño de astronauta.
Hay un silencio pautado
en un réquiem raquídeo,
mi pensamiento te llama,
taciturno, saltimbanqui,
con melodías estridentes
en la página del cielo,
una lágrima de luz emerge
y endulza de miel amarga
mi café, el ritual del poema,
sombra que rumora locura,
en la más dura disyuntiva.
La voz de un ancestro gime
la regla del ritmo y descarta
mis los alientos de mi beta,
y se retuerce al conjuro
de mi savia, néctar que brota
por los poros de mi alegría.
Soy desequilibrio afortunado,
verso que me duele tu esencia,
soy trino de falanges sin flauta,
veleta a la deriva que aturde.
Pero he aquí la estrella lejana
que no tarda en resplandecer.
Vale mi espera campesina,
pues mi perenne entelequia
se encuentra a minutos
de la presencia del destino.
MORTINATO
Negro, absolutamente negro
el dédalo que construyó Barragán,
cuando Inés se llevó los últimos
colores de la gestación concreta.
Pacmantizado en el infinito,
encubo la fuente de las ideas,
sarcófago del ken egipcio
que se abrió en mis neuronas,
en mi conciencia sin fe.
Rimbaud y los malditos poetas
tendieron el vergel del mal,
para satisfacer mi podredumbre,
mis sentimientos amordazados
y mis emociones en silla de ruedas;
éstas perecieron en la transfusión
de vocablos sonoros, notas
que alguien se negó a rociar.
Ni las libélulas defecaron
en el calvero de mi prosa;
pero sí un poetastro
clavó su verso en mi espalda.
Mi sangre sarcástica se derramó
en el pasillo de un libro
y en otro cubierto de oropel,
quizá el último suspiro
de un dinosaurio atropellado
en la punta de mi bolígrafo.
Había una falena en la mandrágora
que brotó de mi herida.
No fue Guti Cárdenas quien cantó
al pie del cadalso donde pendía
la metáfora de mi materia,
pues un relámpago de plomo
venció su espíritu análogo.
Martín desintegró los demonios
que perseguían a mi inocencia;
pero no pudo borrar el amor
que Acuña rotuló en mi cripta:
una sarta de letras oscuras,
que no dejan de resbalar y caer
en las lunas ambiguas del árbol.
Sócrates, poderdante del verbo,
dales la cicuta a los necios
que no ven el resplandor
de mis luceros en la nieve,
buitres que consumen mis despojos
en el páramo de Rulfo.
Sé que no sé tocar la poesía
como lo hacía Jimmy Hendrix:
con la lengua en los labios de su lira,
por eso me acribillan desde ayer
los sabios y los idiotas,
los acérrimos enemigos del idioma.
Superego debía defenderme,
pero una negativa lo hundió
en el mar quejumbroso de Alfonsina,
este que ahora rueda inmisericorde.
Llevo soterrado el suicidio
que Adriana sembró en mi canto,
noche sin retorno que me enclaustra;
y soy esfera en la bruma.
Filadelfo sentenció: “negro o blanco”,
y caí en la primera oportunidad,
tan rápido como Janis Joplin
bajó del escenario su tristeza;
que más daba la soledad
de un arcano vestido de azul.
El príncipe Narciso VII
nunca siguió la luz del faro
y yo me perdí en la torre;
tuve que dejarla inesperadamente
por el fango de la locura.
Sabina me dio té de lingüística
en una taza de razón
y brilló el diamante en mi frente,
cuando el Nazcí muerto me dejó.
Me desdoblé ante Rampa
y me eché un clavado eléctrico
en la boca de Sid Vicius.
Desnudé las flores necesarias,
multipliqué las blasfemias
antibióticas, antisépticas.
Gandhi defendió mi ensueño
y formé un ejército de letras
para proteger mi estoica ideología;
y que importaba, si zombi era,
vampiro que me nutría del enemigo,
ente animado por la poesía,
sangre literaria en mis venas.
Ana Luisa depositó mi cadáver
en el banco del conocimiento,
y descubrí al vagabundo de las estrellas
que Oscar Orueta despertó,
con sus ladrillos de frutos antiguos,
símbolos perennes del cosmos.
Esto y los sueños de Bretón
le dieron luz a mi conciencia.
Elevo la pluma y declino la palabra,
que alguien más me juzgue
por defecar mis delirios
en el color rosado de sus cielos.
Después de todo, muerto estoy
en este laberinto coagulante,
donde no se ve, sino se siente
la petrificación total de mi organismo.
LUTO
Mi alma está de luto
y mi pensamiento ahorcado
en el escenario de los locos;
mi bolígrafo se ha vuelto
transparente y divaga
su dictamen subversivo;
mi cabeza se oscurece
y un badajo de sol despierta
la guirnalda de su brisa;
mis uñas se hacen negras
con la tinta de mis versos,
con la ceniza de mi tumba;
mi cripta es ébano y noche
cubierta sombras y temblores.
La luz de Inés se marcha
en esta expansión constante,
ni una esfera de neutrones,
ni una partícula de nebulosa.
Los demonios han muerto
con su rey de infinidades;
y la eternidad divina
sólo es ilusión psíquica.
Podría asesinar esta estrofa
exánime y corrupta,
aniquilarla con un punto
y escapar a otra idea;
pero, entonces… ¿entonces,
de que se alimentarán
los gusanos que miran,
esos famélicos parlantes
que se mofan de tristezas
y que entierran alegrías,
esos que cobran el llanto
mientras devoran carroña,
sus vísceras mentales?
Mis pobres entrañas
las orea el desconsuelo;
mis carnes ensombrecidas
las trituran los reptiles
y mi sangre infectada
la beben las estrellas,
fotobacterias y bufas
que viajan en el metro,
porque no hay piel de astro
que se adhiera a mi silueta.
Ya lejos, ya distante,
ya sin cordón de átomos;
ni siquiera hay esqueleto
en mi conciencia endurecida,
no se ha petrificado mi espíritu,
sólo se evapora, paulatino;
mientras erupto la palabra
y orino el pensamiento;
hay un mingitorio de hojas
donde pueden lavarse los Pilatos,
aquellos que abandonan la piedra.
Magdalena irradió de nuevo;
Inés siempre fue destello.
Yo naufrago en la lengua,
soy pulpo sin sirena…
Tras los puntos suspensivos;
los fotones se resisten
a mudar mis esperanzas,
cardos y cactus frescos
aún adornan mis suspiros;
soy sollozo y soy susurro,
la última definición piadosa
a esta inquietud hiriente;
mi ser araña la existencia
y gota a gota cae la poesía.
Está de luto mi mentira,
andrajos de falacias tuertas;
mi universo ingobernable,
quizá un impulso gravitatorio
abra por fin mi entendimiento,
mi conocimiento de azogue,
estrella pulsar o agujero negro
que consume erizos psicotrópicos
o luces de miradas ponzoñosas…
Creo que he dado en el meollo,
en la membrana exacta del poema;
y caigo como mosca abatida,
en esta fotosíntesis poética:
“oscurecer para alumbrar”.
Julio Vulcano
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Um comentário
Cheeeeeeeee!!! Enhorabuena!!!
Tus poemas se me salen el almaaaa!!!
Hombre! Como tiene un latir intenso tu poesía!
No sé si porque tengo el del teatro en mis venas... jeje
Sigues asi poeta!
Abrazitos!
Ju Ponciri
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